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Vamonos de boda

Elecciones. Alejandro Domínguez ocupaba el cargo interino en el organismo por Napout. Ayer en los sufragios fue respaldado.

¡Hay que ver! Un evangelio que arranca con aquello de que “desde el comienzo existía el Verbo” y que sigue con el magnífico “programa” de ese Verbo en la historia de los humanos... nos presenta a ese Verbo de Dios haciendo su primer manifiesto nada menos que en una boda.

Según el texto de Juan, “había una boda en Caná y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos también estaban invitados a la boda”. Curioso: no sabemos si la madre de Jesús –Juan nunca la menciona por su nombre- estaba en la mesa de las señoras como invitada o, como otras mujeres de la familia, echando una mano a los anfitriones. Segunda curiosidad: si Jesús había sido invitado con los discípulos quiere decir que Jesús+discípulos hacían ya una unidad-equipo y así los percibía la gente. O puede ser que, entre los discípulos, hubiera más de un familiar de los novios.

Convengamos en que hablamos de una boda bastante especial y “por todo lo alto”, en cuanto a número de invitados al menos. ¡Mira tú que beberse todo el vino desde el primer día! Y, ¿qué me dicen de los seiscientos litros que Jesús les regaló, sacados de las cántaras del agua para las abluciones? Eso era como para poner a cantar la marcha nupcial a todo un regimiento de romanos. Pues eso, que todo fue muy especial.

Y no podemos pasar por alto que el evangelista haya puesto a la madre de Jesús en el pistoletazo de salida de su trabajo de Verbo-Vida y que la vuelva a encontrar cuando a la Palabra la callaron a base de golpes y dolor. Madre y Verbo hecho cuerpo e historia. Para quedarnos embobados con la resonancia del misterio.

¡Que se acaba el vino! ¡Que se termina la alegría de la fiesta! ¡Que se ensombrece la vida! Es como cuando la tormenta aquella del lago y Jesús durmiendo la siesta a popa. Aquí no lo despiertan los novios, sino la madre: abre los ojos, hijo, que se lo están pasando de pepna. Y el hijo, que todavía está en su nube del bautismo y no termina de aterrizar: “No ha llegado mi hora”, que esto es un jolgorio y lo mío es muy serio. (¿Cuántas veces echaste luego mano del banquete de bodas, Verbo de Dios, para decirnos del Reino del Padre?) Y ella, que lo había parido y sabía lo que había puesto su entraña en el genoma del hijo, decidida, a los camareros: “Hagan lo que Él les diga”.

Todos sabemos de la “mecánica” del milagro. ¡Volvió el vino, volvió la alegría, los novios se besaron como Dios manda, los invitados -Jesús y sus cuates también- se echaron unos bailes muy sabrosos y los tipos de las flautas y el tambor casi inventan ese día el rocanrol del ritmo puro que había recobrado la vida! ¿Qué había pasado allí? Lo descubrieron quienes estaban cerca de Jesús. Y su madre, claro, que sonreía por lo bajines. Porque en ella también “creció la fe de sus discípulos en Él”.

Todos quienes leemos esta página sabemos que eso de quedarse sin vino en plena vida. Y, por experiencia también, sabemos que el milagro de las tinajas se repite, aunque Jesús esté con un rostro prestado... Así que... vámonos de boda. Si están ellos, vino garantizado. Del bueno. Buenos días.