Trump es el ungido

Es “La rebelión de las masas”, diría Ortega y Gasset refiriéndose al fenómeno que contra toda norma de conducta y corrección política lleva a Donald Trump al umbral de la nominación republicana para las próximas elecciones en Estados Unidos. El billonario, aquel vendedor consumado de la melena dorada, ha pisoteado a los candidatos del “establishment” (Jeb Bush), a los del ala ultraconservadora (Ted Cruz y Marco Rubio), y al único moderado y pensante de entre los dieciséis vocingleros originales (John Kasich). El propio partido queda hecho girones, destrozado por las mismas tensiones creadas hacia su interior.

Trump utiliza las ofensas como peldaños para ascender. No tiene límites y sus respuestas fáciles hallan el blanco.

Su andanada inicial fue contra los mexicanos e inmigrantes (desconociendo la condición de su propio abuelo y de su madre); enfiló contra las mujeres (a quienes luego de denostar confiesa que ama); los musulmanes no se hicieron esperar (simplemente prohibidos de entrar a Estados Unidos); los familiares de los terroristas se convirtieron en blancos legítimos de la pugna; reiteró que usaría la tortura como elemento de persuasión; y tuvo apodos y calificativos peyorativos contra todos sus contrincantes.

En sus prédicas amenaza a China y promete erigir una muralla de 25 metros de alto en la frontera, exigiendo que México la pague, para lo cual incautará las transferencias que los migrantes envían a sus hogares. En el ámbito geopolítico exige que Corea y Japón, al igual que la OTAN, paguen por los pactos de defensa; tiene una actitud ambigua hacia Israel y denuncia el pacto nuclear con Irán, cuando al mismo tiempo ofende a Arabia Saudita.

La campaña promete ser un rosario de insultos, particularmente si deberá, como parece, enfrentarse a la Sra. Clinton, a quien insulta a diario. Las encuestas lo muestran perdedor, pero son las mismas que aseguraron que su candidatura a la nominación no llegaría a ningún lado. Y es que, rememorando a Juvenal, “el pan y el circo” sí venden en materia política en cualquier latitud y en todo tiempo.

En esta, la era de Trump, él, al igual que Hitler, sabe captar el sentimiento popular. Sentimiento que resume la suma de las ansiedades de la gente frustrada, poco calificada y competitiva, que busca blancos fáciles para descargar sus frustraciones y los halla en los migrantes, en los chinos, en el presidente negro o en la parálisis cerebral que caracteriza al escenario político. Son gentes que se aferran a los dogmas de la religión y el conservatismo, resistiéndose contra la arrolladora fuerza de la tecnología y la globalización.

El pacto social americano está debilitado y las brechas ideológicas se van marcando de manera profunda. En ese contexto de descomposición, quien ofrece las respuestas más sencillas es ganador: América está en declinación y hay que hacerla grande de nuevo. No más debilidad y compromiso. Todo es sujeto de negociación y los procesos tendrán el mismo poder del entretenimiento de “El Aprendiz”.

Habrá que seguirle la pista al evento y ver su desenlace entre los extremos de la farsa y la tragedia.

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