Torpeza o terquedad

Presentar un proyecto de ley que castigue más a quien genera empleo no soluciona los problemas económicos del Estado y resulta ser una suerte de castigo al éxito, lo cual desincentiva la inversión, alejando la posibilidad de creación de empleo y disminuyendo la masa de consumidores, constriñendo la economía interna del país. Lo anterior pareciera no haber sido entendido por la mente terca de quienes crean proyectos de leyes que responden a los caprichos de las minorías izquierdosas, como los sindicalistas, indígenas y politiqueros populistas; aquellos que se autodenominan de avanzada pero cuyas teorías económicas en la práctica son rotundos fracasos, que en lugar de distribuir la riqueza, generalizan la pobreza.

Los tercos de la política económica no entienden que para lograr una verdadera redistribución de la riqueza aplicando aquello de que “el que más tiene más pague”, deben generar incentivos y simplificar la normativa impositiva. Así por ejemplo, si el impuesto sobre la utilidad fuese fijado en el 10 %, el que gana mil pagaría cien, y el que gana un millón, pagaría cien mil. Sin embargo, con la propuesta realizada por los tercos de la política económica se castiga al capital, a más de la renta, con lo cual lo único que logran es descapitalizar a las empresas, generar desempleo o fuga de capitales a países donde existan mayores ventajas para el inversionista.

12 años de políticas económicas erradas con resultados desastrosos, como la falta de circulante y el incremento del desempleo, parecieran no ser suficiente para haber aprendido la lección y dar un giro de timón en la política económica y tributaria. Continuar con la receta socialista de obesidad burocrática, sobreendeudamiento para pagar gasto corriente, solo asegura el fracaso económico de un país. Mantener dicho fracasado modelo por temor a los cadáveres políticos del sindicalismo izquierdoso es injustificable en un gobierno cuyo único propósito debió ser tomar las decisiones económicas duras que se requieren para enderezar la economía. No hacerlo constituye un acto de cobardía, terquedad y torpeza.