Tormentas mentales de un gobernante

La mayoría de los gobernantes debe lidiar con tormentas mentales que exigen decisiones trascendentales que marcan el rumbo de todo gobierno. No son decisiones sencillas. Algunas de ellas podrían contradecir toda una vida alineada con valores, principios o dogmas repentinamente expuestos a una nueva evaluación. El “brain storm”, la tormenta mental que sufre un ser humano, genera encrucijadas y plantea dilemas que lo obligan a decidirse por una u otra opción, errónea o acertada, aunque siempre trascendental para la vida de ese ser o de todo un país, si la víctima de la tormenta es un gobernante.

Moreno debió estar esperanzado en la bondad de las propuestas de Correa y de su cacareado socialismo del siglo XXI. La realidad debió golpearlo duramente desde que Correa asumió el poder y su autoritarismo, y megalomanía, hicieron el resto: hoy vive acosado por un abanico delictivo que él mismo auspició.

La suerte o el destino llevaron a Moreno a la presidencia y la tormenta estalló en sus sienes: la lealtad que le era exigida implicaba su complicidad o encubrimiento, pero el aseo mental de Moreno debió resistirse a tan repudiables andanzas. Prevaleció la ética del nuevo gobernante y las esperanzas de una nación descansaron en la idoneidad moral exhibida con sinceridad visible.

Creo no equivocarme al expresar que el balance le es hasta ahora favorable al nuevo presidente, pero los interrogantes y dilemas aún subsisten. Su primera gran tormenta le ha deparado una victoria moral. Preside un gobierno con visión social, ajeno a los dogmas ideológicos que solo sirven para pretender justificar tardíamente sus fracasos. Si esa visión es acompañada por un inflexible pragmatismo guiado por la ética personal de sus colaboradores, podríamos adelantar su éxito y dar por superada la tormenta. El verdadero Moreno, aquel que ha sabido sortear con éxito las hondas diferencias políticas con el correísmo saboteador y desestabilizante, tiene derecho a exigir de nosotros un período razonable de espera para la aplicabilidad de su gestión económica. La mayoría ciudadana , honesta, decente, esperanzada, ajena a la corruptela de una revolución que se hacía llamar ciudadana, anhela descubrir en su gobernante la ejecutividad que a veces parecería faltarle. Moreno condenó al socialismo y a la derecha corruptos y se empeña a la vez en la protección social como su nuclear tarea. La lucha contra la corrupción es ciertamente eficaz si la honestidad predomina en su derredor. La cirugía ofrecida, mayor o menor, solo incide en lo punitivo, al castigo que indudablemente merecen los ladrones. Bien por ella, pero necesitamos primordialmente honestidad activa y desarrollista en su gestión administrativa con miras al futuro inmediato.

El discurso de Moreno merece ser creído. Los desacuerdos que genere deben ser discutidos razonablemente, exentos de contiendas que solo favorecen a cerrados intereses individuales o gremiales y promueven la vuelta al poder de indeseables revolucionarios. Es nuestro deber cívico comprobar que la nueva visión de este gobierno tiene visos de acierto. Estamos hastiados de ser guiados por el pasado y ser víctimas permanentes de ideologías delirantes.

Al parecer, la tormenta mental que debió afligir a Moreno ha sido superada por una visión simplemente ética y pragmática que garantice el desarrollo social y prosperidad ciudadana. ¡Bienvenida, pues, la tormenta que aquejó a Moreno si el resultado es el que se prevé! El caso Vicuña debió ser otra tormenta, pero ha podido ser endosada a instancias legislativas y judiciales. Se adivinan facetas y aristas insospechadas en esta muestra de corrupción al interior de nuestra clase política. Esperémoslas.