That’s the question

Jesús usa el recurso de las parábolas para comunicar lo que es el Reino de Dios, visto desde su perspectiva.

Jesús usa el recurso de las parábolas para comunicar lo que es el Reino de Dios, visto desde su perspectiva. A veces, para dar relevancia a algo frente a personas que deberían saber y no saben. Hay parábolas que están en varios evangelios. ‘La del samaritano’ es exclusiva de Lucas (10, 25-37), evangelista de la misericordia.

Un doctor de la ley se levantó y “para ponerlo a prueba” le preguntó: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Jesús, en este caso y según Lucas, repregunta. “¿Qué es lo que tú lees en la ley?”. El doctor se sabía de memoria los textos del Deuteronomio y Levítico y los recita: “Amarás a Dios con todo tu corazón... y al prójimo como a ti mismo”. Es lo que él enseñaba en la sinagoga. Lo que esas palabras significaban para Jesús era todo lo que había que saber y vivir: “Obra así y vivirás”. No hay más doctrina. Ni más teología. Ni más moral.

Pero el maestro de la ley sabía muy bien que, en los textos citados de su Biblia, “prójimo” era solo el de tu pueblo, el israelita. A los gentiles y a los samaritanos no había que amarlos. Y si los israelitas estaban impuros, también quedaban fuera de la “obligación del amor”. Él enseñaba eso y eso era, probablemente, lo que muchos de los que andaban con Jesús pensaban, porque así los habían educado. El doctor, como interesado, pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”. Me imagino al Señor sonriendo... pensando que lo mejor esa sacar al doctor de sus doctorados y contarle un cuento, como a los niños y a la tropa de seguidores. Se lo contó.

Un tipo que bajaba de Jerusalén hacia Jericó fue asaltado y botado, medio muerto, en el camino. Bajaba por allí un sacerdote, lo vio y pasó de largo. Lo mismo hizo un levita. Luego llegó un samaritano que lo vio y se compadeció, le curó las heridas con aceite y vino y, aupándolo a su cabalgadura, lo llevó a una pensión y al día siguiente encargó al posadero que lo cuidara, para lo cual le adelantó dos denarios, ofreciéndole pagar lo gastado a la vuelta. Clara la historia, ¿verdad?

El templo, la religión oficial y todopoderosa deja botada en el camino a una persona destrozada porque, de haberse acercado a ella, hubieran quedado “impuros” al contacto de su sangre. La norma por encima de la gente. El samaritano (despreciable para los israelitas, excluido, ignorado, no digno de amor) sintoniza misericordiosamente con el herido, sin cuestionarse a qué partido pertenece, ni a qué religión, ni a qué casta social. Su corazón le dicta lo que “hay que hacer”: responsabilizarse del otro porque el otro no puede hacerlo por sí mismo.

Supongo que el doctor de marras, a estas alturas, ya había entendido la parábola y estaba contra las cuerdas. “¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del herido por los asaltantes?”. “El que lo trató con misericordia”. “Pues vete y haz tú lo mismo”.

Francisco anda que lo grita cada día con palabras y gestos, sin muchas teologías. Dios es misericordia. El Abbá es misericordia. Y sus “leyes”, si queremos llamarlas así, a la misericordia remiten todas. Si lo viviéramos, seríamos más felices. Ya lo decía el Señor: “Felices los misericordiosos” porque encontrarán un samaritano que los recoja por cualquier esquina de la vida.

Buenos días.