El sueno barato del presidente
Organizar un Mundial de Fútbol es, ciertamente, un proyecto grandilocuente. El presidente Moreno lo propuso a Iván Duque y Martín Vizcarra, presidentes de Colombia y Perú, en la cumbre que, tras los incendios y la deforestación en la Amazonía, tuvo lugar el 6 de septiembre en Leticia, al sur de Colombia.
La iniciativa de Lenín Moreno plantea dos grandes interrogantes. Uno: su factibilidad. Otro: su pertinencia. El primero se responderá en 2022, en el Mundial de Catar, cuando la FIFA anuncie la sede del Mundial 2030. Hay al menos cinco países o bloques de países que aspiran a ganar en Europa y Asia y uno en América del sur que junta, desde 2017, a Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Ante esta realidad, no da la impresión de que el presidente Moreno y su gobierno evaluaron las posibilidades reales del país. Las evidencias dicen que no consultaron con antelación con los otros presidentes, como la lógica y los usos diplomáticos aconsejan. Eso explica por qué Iván Duque solo anunció su acuerdo este fin de semana. El presidente Vizcarra nada ha dicho. El gobierno no ha mostrado los estudios, los costos y las bondades comparativas que tiene su propuesta frente a sus eventuales competidores. Es decir, Ecuador no tiene en este momento argumentos para pensar y hacer creer que su propuesta es factible. El presidente Moreno actuó en Leticia siguiendo ese libreto de improvisación y voluntarismo tan comunes en otras ofertas que ha hecho y que no terminan de cuajar: el tren playero y el metroférico de Quito.
La pertinencia de la propuesta ya está siendo debatida porque tiene irremediables connotaciones políticas. Y económicas. Y esto tiene que ver con otro interrogante. ¿Es ese el sueño en el cual Ecuador debe treparse? Es obvio que esta es una movida política del gobierno destinada a tocar la fibra nacionalista y la capacidad de ilusión de los ecuatorianos para poner al país en los ojos del mundo. Al gobierno le puede resultar muy sencillo acusar a sus críticos en este tema de tener atrofiadas las zonas cerebrales que elaboran o alientan las fantasías. Pero la pregunta que surge es irremediable: ¿es este el sueño conveniente para el país en este momento? El gobierno puede lanzarse en él a cuerpo perdido porque no lo implica en absolutamente nada. Su administración termina el 24 de mayo de 2021 y si su propuesta ganara (se sabrá en 2022) los compromisos y gastos que se deriven tendrán que ser asumidos por los tres gobiernos que le sucederán. Este sueño no cuesta nada al presidente. Y la ilusión que pudiera despertar, por ser una mera eventualidad y eventualidad distante, no redundará en absoluto en el ánimo nacional.
La crudeza de la realidad milita en contra de sueños tan postergados. Los cinco millones de ecuatorianos que no tienen un trabajo formal, los enfermos que no son atendidos en los hospitales, los jóvenes que temen por su futuro, la policía tan presionada por la ola delincuencial y que se halla sin presupuesto, los ciudadanos desilusionados por la enorme corrupción que se cierne sobre el país... Todos esos ciudadanos, convidados a soñar con la organización del Mundial 2030, se preguntarán si vale la pena meterse en ese lío. Su sueño es tener trabajo, vislumbrar un futuro menos incierto y parar de pagar los costos de las fantasías de los políticos.
El presidente con su propuesta grandilocuente quizá resucite preguntas prosaicas. Una, por ejemplo: ¿es posible soñar con que un presidente lidere acuerdos sensatos para resolver algunos de esos problemas que impiden soñar en grande al país?