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Soberania monetaria

La semana que pasó hizo noticia la visita de un conocido ministro de finanzas griego, notable por haber perdido el puesto dentro del gobierno socialista de su país, al proponer dejar el sistema del euro y volver al dracma para, según lo expresaba, retomar la soberanía monetaria de los helenos.

Grecia tiene un problema macanudo de endeudamiento que no se espera sea resuelto en una cincuentena de años, y que compromete más de dos veces el tamaño actual de la economía. La caída en desgracia política del ministro se produjo porque el pueblo griego mostró su clara preferencia por la opción del euro, antes que por el escenario de “soberanía”. La sabiduría popular sí entiende lo que los políticos no: la existencia de moneda propia puede dar la apariencia de estar en control; la capacidad de imprimir dinero permitirá resolver, nominalmente, los problemas del fisco, pero a paso seguido transformará al Gobierno en el vector de infección de la economía toda bajo la forma de inflación, desempleo, recesión y desestabilización social.

Los griegos tienen mucho que enseñarnos de cómo no resolver los problemas de la economía. Respetando las posturas y la persona del señor ministro, hay que recordarle a él, y a todos quienes desean seguir su ejemplo, que, en 1999, en Ecuador se optó por salir de una moneda destruida para adoptar la moneda sólida. Y se lo hizo porque, de un tajo, se le quitó al Banco Central la potestad de crear el caos monetario, y se le impuso al fisco la disciplina para mantener el balance requerido entre ingresos y gastos.

A lo largo de diecisiete años, el régimen monetario imperante ha probado que se pueden mantener los equilibrios macroeconómicos; que es posible crecer sin inflación; que la capacidad exportadora no se afecta aun cuando se aprecie la moneda americana; y que, por encima de todo, los desajustes fiscales no se transmiten al sector privado a través del sistema financiero: que fue exactamente lo que ocurrió en 1982 y en 1999.

La verdadera soberanía radica, al final del día, en hacer bien las cosas y prestar oídos sordos a quienes aventuran opiniones erradas de manejo económico.