Para que sirven

Muchas veces escuchamos críticas fuertes contra la burocracia, fundamentadas en su excedente en las plantas centrales de los ministerios, o en otras ocasiones por la lentitud y displicencia con que tratan los trámites, pero más allá de eso, siendo los burócratas el equipo humano permanente de los ministerios, uno debe preguntarse: ¿para qué sirven?

Así es, los ministros y altos mandos cambian, son aves de paso, por lo que debería entenderse que esos mandos medios permanentes, que son el cerebro real de cada secretaría de Estado, deberían adelantar estudios, proyectos, buscar soluciones a problemas, presentar alternativas a sus jefes inmediatos, adelantar análisis de situación y de campo. Sin embargo, al menos en el Ministerio de Educación, después de casi dos años de gobierno, todavía cabe la misma pregunta: ¿para qué sirven?

Hace poco, lo ofertado por el exministro Falconí fue resuelto y dispuesto por el ministro Luna: los profesores deberán realizar más trabajo áulico que secretarial. Entonces nos preguntamos: ¿es este, después de dos años de ejercicio, el gran cambio? ¿No hay otras cosas más importantes y de fondo que resolver? Pues en efecto, si bien eliminar cargas innecesarias es saludable, debemos decir que hay problemas mucho más fuertes y de fondo que esos mandos medios no han facilitado resolver.

Dos años para una ligera modificación es demasiado tiempo, por tanto, es deseable que el ministerio actúe reformando el reglamento, derogando disposiciones bárbaras e inútiles que están en acuerdos, resoluciones y circulares, a fin de hacer más ágiles los procesos, de descentralizar y desconcentrar de manera real, de dejar que la libertad brille en el hacer educativo.

Si la burocracia no ayuda, les corresponde a los altos funcionarios actuar, favoreciendo no a los sistemas informáticos, no a los estamentos jerárquicos ni al espíritu de cuerpo, sino a la persona humana que está en el alumno y en el profesor y que no se merecen tener bárbaros calendarios ni currículos obligatorios al cien por ciento, ni profesores o autoridades meramente decorativos.