
Del silencio de la oración a la acción social: el legado de monseñor Aníbal Nieto
Monseñor Aníbal Nieto, carmelita y primer obispo de la diócesis de San Jacinto en Durán, comparte su trayectoria pastoral.
Han pasado más de quince años desde que monseñor Aníbal Nieto Guerra asumió el reto de liderar la diócesis de San Jacinto en Durán. Su llegada marcó un punto de inflexión en la vida eclesial de la región, no solo por la organización de una nueva jurisdicción, sino por la impronta de servicio y cercanía con los más necesitados que ha dejado en cada comunidad que visitó. “Son acontecimientos que uno no se espera. Yo trabajé en San Judas Tadeo, con la oración contemplativa y con obras sociales, y de repente, me llaman a ser obispo auxiliar de Guayaquil. Fue un cambio total”, recuerda el prelado.
Nacido en Fermoselle, España, en 1949, desde joven sintió la vocación religiosa y decidió ingresar a la orden de los Carmelitas Descalzos. Su formación lo llevó a vivir en diversas ciudades de España hasta que, en 1975, llegó al Ecuador como misionero. Durante sus primeros años en el país, trabajó en Sucumbíos y Quito antes de trasladarse a Guayaquil, donde ejerció su ministerio por más de dos décadas. Su compromiso con la comunidad lo llevó a fundar un dispensario en la parroquia San Judas Tadeo, una iniciativa que hasta el día de hoy atiende a miles de personas de escasos recursos.
De la parroquia a la diócesis: un llamado inesperado
En 2006, el Papa Benedicto XVI lo designó obispo auxiliar de Guayaquil, un encargo que significó dejar su comunidad carmelita para asumir nuevas responsabilidades. Durante casi cinco años, trabajó en la extensa arquidiócesis, organizando misiones en los barrios suburbanos y fortaleciendo la pastoral de la caridad y la liturgia. Pero en 2009, su vida cambió nuevamente cuando fue nombrado el primer obispo de la recién creada diócesis de San Jacinto. “Cuando un religioso lo hace obispo, tiene que dejar su comunidad. Ya no era párroco de San Judas Tadeo, sino obispo auxiliar, y luego el Papa me nombra primer obispo de esta diócesis ubicada en Durán, que abarca varios cantones con un millón de habitantes. Yo no conocía esta realidad, tuve que cambiar el chip”, comenta.
La labor en San Jacinto no ha sido sencilla. La pobreza, la violencia y la falta de infraestructura han sido desafíos constantes. En su primer año recorrió cada rincón de la diócesis para conocer las necesidades de la gente. Durán, con su rápido crecimiento poblacional y sus invasiones, representaba uno de los retos más urgentes. “Las invasiones de Durán son fuertísimas. Ahora con las lluvias, la situación es aún más cruda. Hemos llegado a esos lugares para estar con la gente, pero uno sale destrozado porque todo está inundado, no van los tanqueros, los niños no pueden ir a la escuela. Es una realidad muy difícil”, expresa con preocupación.
Un pastor comprometido con la acción social.
La respuesta de monseñor Nieto a estas dificultades fue clara: trabajar en proyectos concretos que alivian las necesidades de la comunidad. Durante su episcopado, se inauguraron nuevas parroquias, comedores comunitarios y dispensarios médicos. “Abrimos tres comedores porque hay niños que van a la escuela sin haber almorzado. Un niño sin alimento no puede rendirse, le da sueño, no tiene fuerzas. En el comedor del Recreo, por ejemplo, atienden a 80 niños. Llegan, se bañan, se cambian de ropa y luego almuerzan. Esto les da dignidad y les ayuda a crecer en un ambiente más saludable”, explica.
Además de la alimentación, monseñor Nieto impulsó el Proyecto Gabriel, una iniciativa dirigida a madres solteras en situación de vulnerabilidad. “Cada semana les entregamos una bolsa de alimentos, pero también les ofrecemos capacitación en oficios como corte y confección, enfermería o estética. No les damos el dinero directamente, sino los materiales necesarios para que trabajen y monten su propio negocio. Es una forma de devolverles la esperanza y la dignidad”, dice con entusiasmo.
Otro de los programas destacados es la construcción de viviendas para familias que viven en condiciones extremas. “Llevamos construidas 18 casas, pero no de caña, porque en dos años se caen. Son estructuras mixtas, con cemento en la base y caña en la parte superior, con divisiones adecuadas para que las familias tengan privacidad. Lo hacemos en silencio, sin alardes, porque esa es la misión de la Iglesia: trabajar en favor de los más pobres sin esperar reconocimientos”.
El legado de 15 años y la transición a un nuevo obispo.

Ahora, a sus 75 años, monseñor Nieto se prepara para ceder el liderazgo de la diócesis a su sucesor, quien tomará posesión el 29 de marzo. Para él, este momento es de gratitud y reflexión. “He entregado lo mejor de mi vida en estos 15 años. Lo que deseo es que todo lo que hemos construido pueda continuar, que no se eche marcha atrás en las obras sociales y que se siga evangelizando con amor y compromiso”, expresa con convicción.
Su legado no solo se refleja en las estructuras y proyectos que deja, sino en el cariño y respeto de la comunidad. “La gente de los recintos es lo mejor que tenemos. Son generosos, humildes, agradecidos. Llegas a sus casas y te reciben con una gallinita, con plátanos, con papayas. Es su forma de demostrar amor, y eso me ha llenado profundamente estos años”, dice con una sonrisa.
El lema episcopal de monseñor Nieto, Nihil Sine Te ( Nada sin Ti ), resume su vida y ministerio. Su camino ha estado marcado por la oración contemplativa, el servicio inquebrantable y la fe en que Dios siempre provee. Ahora, aunque deje su carga, su misión continúa. “Seguiré sirviendo donde Dios me necesite. La vida en la Iglesia es así: un caminar constante, siempre con el Evangelio en el corazón y las manos abiertas para ayudar”, concluye.
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