El silabario perdido

Encontrarlo es tarea social, humana y mundana. Se perdió en México, cuando un terremoto de 7,1 afectó un centro escolar. Los niños lo tenían entre las manos, habían aprendido más a razonarlo que a repetirlo de memoria. Era más que las primeras letras. Les enseñó las claves y fue la llave para eternizar la palabra y ponerle signos a la imaginación. Estaban concentrados haciendo uso de este instrumento maravilloso que permite pasar del sonido al signo y de este a la historia.

Estaban entretenidos, profesores y alumnos, cuando el sismo hizo que niños y adolescentes perdieran el silabario, el verbo y la vida. Se encontraban en sus aulas. Leían, descifraban e interpretaban lo que se hace con el alfabeto. De pronto se cuarteó la escuela, extraviaron el silabario entre los escombros. Ahí quedó, recordándonos con sonidos y silencios, que más de veinte niños los dejaron para que otros los tomen y pasen de la palabra-sonido a la palabra-signo. Por eso estas letras quieren ser el eco de ese silabario que dejaron los infantes muertos en el terremoto de México en el colegio Enrique Rébsamen.

Aprendían que el lenguaje hablado y escrito no es un misterio sino una ruta, sonido y signo para recrear la vida, la imaginación y la cultura. Estudiaban para saber que entre los mitos y leyendas aztecas, los relatos orales y las Crónicas de Indias se fue haciendo la vida de los hijos de Moctezuma y la Malinche.

Comprendían que Nueva España, el imperio Azteca -que sembraba cacao y consumía chocolate- y el México actual son una triada. Que Hidalgo, Morelos, Clavijero, Zapata, Pancho Villa, Agustín Lara, Pedro Vargas, Pedro Infante, María Félix, Juan Gabriel, El Chavo, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, la Virgen de Guadalupe, Siqueiros, Frida Kahlo, etc. son un colectivo de allá y de aquí. Por eso el abecedario que extraviaron esos niños seguirá siendo buscado en cada aula, clase, libro, lectura y oraciones que haremos para que encuentren sus silabarios perdidos en esa tarde triste del 19 de septiembre.

Paz en la tumba para que los angelitos, con signos y sonidos, se unan con la Morenita y repitan en el más allá cantos celestiales.