Salvar a Venezuela
Venezuela sigue cayendo en picada. El país, dueño de las mayores reservas de petróleo del mundo y en algún momento el más rico de América Latina, hoy día se encuentra devastado y sufriendo un colapso económico total. Su PIB se ha desplomado el 54 % desde el máximo alcanzado en 2013, la segunda mayor caída que registra la historia moderna, según el Instituto de Finanzas Internacionales. Con una asombrosa inflación que llegará al 10’000.000 % en el año en curso, de acuerdo al FMI, y con un salario mínimo mensual por debajo de US$ 3, un gran porcentaje de la población se encuentra en la extrema pobreza. Alrededor de cuatro millones de personas están malnutridas y algunas han muerto de desnutrición. Han resurgido enfermedades evitables con vacunas, o cuya causa es el agua sucia, como la fiebre tifoidea y la hepatitis A. Los hospitales, carentes de medicinas, personal y equipos, se han vuelto disfuncionales, lo que ocasiona aún más muertes. La culpa recae plenamente en las desastrosas políticas económicas, la corrupción y el favoritismo del presidente Nicolás Maduro y su predecesor Hugo Chávez. El régimen atribuye esta espantosa situación a las sanciones internacionales, pero el deterioro económico de Venezuela comenzó mucho antes. La comunidad internacional debe prestar su apoyo al menos en tres ámbitos: reconocer de inmediato la necesidad de reducir fuertemente la deuda, en lugar de intentar postergar lo inevitable por años. Segundo, el FMI y otras instituciones multilaterales deberán proporcionar ayuda de emergencia a la balanza de pagos. Y, tercero, las donaciones serán indispensables para atender las urgentes necesidades humanitarias y evitar que la deuda externa vuelva a acumularse demasiado rápido. Nada de esto puede suceder hasta, y a menos que Venezuela instale un nuevo y legítimo gobierno con pleno control de la situación en la calle. El diálogo es imprescindible para poner fin a la catástrofe venezolana. Pero la comunidad internacional no debe caer en el error de considerar las conversaciones como un encuentro de dos partes de buena voluntad que necesitan un estímulo amistoso para subordinar sus diferencias a un objetivo común. Maduro encabeza un régimen dictatorial que inflige violencia y sufrimiento a diario. Los representantes de la Asamblea Nacional –el grupo de Guaidó– son funcionarios democráticamente elegidos que han sido objeto de dicha violencia. Las conversaciones no rendirán resultados a menos que las democracias del mundo ejerzan máxima presión diplomática sobre Maduro. Trump, promulgó un decreto que prohíbe toda transacción comercial con entidades del Estado venezolano y, además, congela los activos del gobierno y de varios funcionarios venezolanos. A algunos críticos les ha preocupado, y con razón, las consecuencias que esto tendrá sobre los pobres de Venezuela. A otros les inquieta su posible efecto indirecto sobre las empresas privadas locales, cuya mayoría ya se encuentra al borde del colapso. Las prioridades de Maduro están claras. En vista de lo catastrófico de la crisis política, económica y humanitaria, el imperativo moral exige actuar ahora mismo. Venezuela fue orgullo y ejemplo de democracia de América Latina. Puede volver a ser un país libre, estable y productivo, en el que los ciudadanos viven en paz y con seguridad.