Rehenes del silencio

Hace un año en Puerto Rico, poblado colombiano, un campesino vio tres cuerpos inertes. Habían sido asesinados cuatro días antes, tras estar doce en cautiverio. Aquel sábado lluvioso de abril la jornada empezó con el ultimátum del jefe de los asesinos: “Vea gonorrea: hoy a las 3 le mando el vídeo de uno de ellos muerto”. La sentencia se cumplió, pero no fue uno el muerto: Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra fueron ejecutados esa noche.

Ha pasado un año y la luz sobre esa tragedia es escasa. Y si fuera por nuestras autoridades, ni eso. Pero contra la opacidad del poder, siempre alguien se rebela. En este caso son dos periodistas, a través de un libro que revela y agobia: Arturo Torres y María Belén Arroyo reconstruyen las horas finales y el contexto geopolítico en que se produjo el secuestro y asesinato de Javier, Paúl y Efraín.

“Rehenes. ¿Por qué ejecutaron a los periodistas de El Comercio?” es la muestra de cuán poco sabemos sobre lo que pasa en zonas cada vez mayores de Esmeraldas y Manabí, donde son más autoridad los narcoguerrilleros (antes narcos que guerrilleros) que nuestros policías y militares. Es saber por qué y por quiénes la frontera norte está cautiva.

Allá no hay política de seguridad, pero sí la descoordinada acción de una red de instancias (GIR, GOE, GEMA, DGI...) cuyos esfuerzos se diluyen. Algunos de sus miembros no comparten información con militares pues saben que tienen alfiles del narcotráfico. “Sí, en el caso de incautación de armamentos (que terminan en manos insurgentes) el nivel de penetración del crimen organizado en las FF. AA. es sistemático”, ratificó Torres cuando le consulté al respecto.

Datos así, que muestran el accionar de los grupos armados, la ineficacia estatal en las fallidas negociaciones, o la presencia creciente de «las víctimas silenciosas del conflicto» (niños reclutados a la fuerza) hacen de “Rehenes” una lectura dolorosa y obligada. Para que no seamos como los indolentes que nos bienmienten y malgobiernan, ni nos hagamos los tontos con las tristes evidencias, ni sigamos siendo nosotros los rehenes. De la desmemoria o el silencio.