Reeleccion y democracia

Bien se sabe: no hay democracia sin elecciones, pero la democracia no son las elecciones. Peor todavía las reelecciones. Solo el creciente cinismo con que se trata de confundir a la opinión pública en el Ecuador puede atreverse a plantear como un avance democrático el tratar de imponer la reelección indefinida cuando a comienzos de su ejercicio presidencial el anterior gobierno impuso en Montecristi que: “Las autoridades de elección popular podrán reelegirse por una sola vez, consecutiva o no, para el mismo cargo.”

Ello, entonces se aplaudió como conquista democrática que podía darle certeza de cumplimiento a otra aspiración, hasta hoy insatisfecha del texto constitucional: “Se prohíbe el uso de los recursos y la infraestructura estatales, así como la publicidad gubernamental, en todos los niveles de gobierno para la campaña electoral”.

A propósito de las citas de la Carta Magna, valga recordar que: “Se prohíbe realizar reformas legales en materia electoral durante el año anterior a la celebración de elecciones”.

En todo caso, lo que el presente editorial quiere relievar es la inconsistencia, ausente de toda lógica, con que se pretende manipular al electorado.

Desgraciadamente, la evidente crisis de los partidos políticos que abandonaron su rol de articulador de las demandas sociales con los actos gubernamentales, dio paso al aventurerismo que ha permitido que a nombre de proyectos que algunos respaldaron de buena fe, grupos de asalto lejanos a otra noción que no sea el oportunismo, se tomen el poder y, habiendo disfrutado de sus delicias, ahora no quieran ponerlo en riesgo ni ponerse ellos en la misma situación, dada la irresponsabilidad con que lo manejaron.

Así las cosas, la consulta popular por convocarse es la oportunidad de rescatar para el país una institucionalidad sustentada en el juego limpio que abre oportunidades a todos quienes quieran asumirlas, impidiendo que desde el ejercicio del poder se maniobre para perpetuarse en él. Y es doblemente valioso que esa importante tarea la realice el propio pueblo, reiterando lo que con su voto decidió en el texto de la Constitución de Montecristi: no hay reelección sino por una sola vez, consecutiva o no. Muchos males ha causado la permanencia en el cargo de quienes luego lo ponen al servicio de su perennización.