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En respuesta a la denuncia hecha por el Reino Unido de que el Gobierno de Moscú habría ordenado el uso de un agente nervioso que produjo el envenenamiento del exespía Sergei Skripal y su hija Yulia, quienes se encuentran desde entonces en estado crítico, Estados Unidos, Canadá, Ucrania y 17 países de la UE expulsaron a 73 (hasta el miércoles) diplomáticos rusos de sus territorios, de los cuales 60 eran funcionarios destacados, además de que el Gobierno norteamericano cerró el Consulado ruso de Seattle (Estado de Washington), uno de los cuatro consulados generales de Rusia en ese país. La solidaridad del bloque que respaldó la denuncia de Londres no parece haber sido fácil. El ministro de Asuntos Exteriores luxemburgués, Jean Asselborn, declaró al diario Wort que “no castigará a oficiales de Moscú si no están seguros ciento por ciento de que están involucrados en actividades ilegales, como espionaje”. El Ministerio de RR. EE. ruso anunció que responderá apropiadamente a la expulsión de los diplomáticos por parte de EE.UU. y al cierre del consulado, manifestando que “este es el resultado de una presión colosal, un chantaje colosal, principal instrumento de Washington en la arena internacional”. Aunque estas palabras nos traen a la mente la ridícula motivación alegada por EE.UU. para iniciar la guerra contra Irak, lanzarse tan desaprensivamente a una guerra contra Rusia no entra en esos parámetros. A pesar de que lo ocurrido sí podría estar constituyendo el primer paso a la instauración de una nueva Guerra Fría, como se denominó a lo que aconteció entre los países vencedores tras la II Guerra Mundial, y que luego dio origen a la formación de la OTAN, comandada por EE. UU., que se mantiene tras sus desastrosas intervenciones en la desaparecida Yugoslavia, en Afganistán e Irak, y el llamado Pacto de Varsovia de los países del Este, liderado entonces por la URSS, que se mantuvo hasta 1991, largo período de tensión ante el temor universal a una confrontación entre estos dos poderosos bloques.

Ojalá que la racionalidad de sus actos, que por momentos parecen haber perdido los líderes del mundo occidental, retome su cauce y recobren la serenidad y la sabiduría que el mundo necesita para sobrevivir y construir la paz.