Lo que quiere Xi Jinping

La mayor parte de la prensa occidental presentó el reciente 19.º Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCC) como un ejercicio de poder que fortaleció la posición de Xi Jinping. Pero esa acumulación de capital político es un medio para un fin: una transición fluida hacia la modernidad, que cimiente la autoridad del PCC a largo plazo, y preserve su propio legado como líder más importante de la China moderna. Xi sabe que la prosperidad futura de China en un mundo que cambia a pasos acelerados lo obliga a guiar con destreza una gran transformación social y económica, mejorando al mismo tiempo (y sobre todo) la gobernanza pública. Y para garantizar la supervivencia a largo plazo del sistema unipartidista de China, debe reformar las instituciones del Estado y del Partido. La reforma política es para Xi prerrequisito de la reforma económica (al mismo tiempo se cuidará de repetir los errores que le achaca al último presidente soviético, Mikhail Gorbachev.) El motivo de Xi para la modernización no es convertir a China en superpotencia, a la par de EE. UU.; por el contrario, considera que el desafío que enfrenta y la misión que debe cumplir son ante todo en el plano interno. Sabe que si triunfa en este campo tendrá asegurado un lugar en la historia. Que nadie confundas u consolidación del poder con una dictadura personal. Su elección de miembros para el Comité Permanente del Politburó, máxima autoridad de China, implica una aceptación de la realidad de que su poder tiene límites: solo la mitad de los designados son realmente personas de su confianza. El legado que Xi quiere dejar abarca tres grandes componentes. El primero es el alivio de las crecientes tensiones sociales. Además de mejorar la provisión de bienes públicos, el “Sueño Chino” de rejuvenecimiento nacional que promueve Xi apunta, en parte, a alentar a la gente a buscar realización más allá de la riqueza material. Segundo, Xi quiere fortalecer al PCC no por la fuerza, sino mediante la reforma. En los últimos cinco años, Xi lideró una inédita campaña anticorrupción que alcanzó a un millón de funcionarios del Partido, desde burócratas de poco rango (las “moscas”) hasta funcionarios de primer nivel (“tigres”), en todo el país. La corrupción generalizada estaba deteriorando la legitimidad del PCC a ojos de la población. El único modo de restablecer la credibilidad era corregir su conducta. Ahora, Xi está listo para mejorar la gobernanza pública. El primer paso es mejorar el marco legislativo. China necesita mecanismos institucionalizados que sometan a los funcionarios del PCC al imperio de la ley, un aspecto de los sistemas políticos occidentales que Xi admira. También considera fundamental forjar una nueva generación de dirigentes del Partido, sumamente capacitados, leales y, sobre todo, incorruptibles. En esto resulta imperioso cortar la migración de las personas más talentosas de China al sector privado. El tercer componente del legado de Xi es el más importante: los delegados del PCC al 19.º Congreso Nacional añadieron el “Pensamiento de Xi Jinping” a los estatutos del Partido, junto con el “Pensamiento de Mao Zedong” y la “Teoría de Deng Xiaoping”. En síntesis, ha vuelto su autoridad prácticamente indisputable, elevándose, con su particular destreza política, a la condición de una deidad secular. Es una persona formada y con experiencia en asuntos internacionales y tiene una vasta red política. Gobernará aprendiendo de sus errores, para poder guiar a China hacia la próxima etapa de su historia y garantizarse el legado que tanto valora.