Al fin, que quiere Nebot

Este domingo en la Asamblea, tras el voto negativo y archivo de la Ley de Crecimiento Económico, hubo verdadero júbilo entre los seguidores de la bancada correísta. Militantes y asambleístas de Rafael Correa corearon la consigna, tan manida como mamerta, de “El pueblo unido jamás será vencido”. ¿Qué celebraban? La derrota, según ellos, sufrida por el gobierno neofascista de Lenín Moreno y el neoliberalismo y la prueba incontestable de que el pueblo soberano dijo No a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional. “El neoliberalismo no pasará”, escribió en su cuenta de Twitter Pablo Dávalos, exasesor de Jaime Vargas y Leonidas Iza.

Los socialcristianos los acompañaron en ese voto. Si bien no han tildado al Gobierno de neoliberal, sí hacen coro con los correístas y las facciones de la vieja izquierda que señalan al Fondo Monetario Internacional como el gran culpable de los ajustes que, por el lado que sea, tiene que administrar el gobierno de Moreno. Como si el FMI hubiese causado el déficit fiscal que pronto sumará 5.000 millones de dólares. O las necesidades de financiamiento que bordearán el año entrante 10.000 millones de dólares. Como si el FMI hubiera metido militantes y pipones de la Revolución Ciudadana en la nómina del Estado. O hubiera hecho, entre otros actos de corrupción, la repotenciación de la refinería de Esmeraldas.

Los correístas, la vieja izquierda y el partido de Jaime Nebot practican en grupo ese extraño deporte nacional que consiste en oponerse a todo y, de paso, hacer creer al pueblo que no tendrá que pagar la farra del gobierno de Rafael Correa. O la irracionalidad de esa sociedad política. Se oponen a la eliminación de los subsidios. Al acuerdo con el FMI que pone la plata para menguar la presión financiera. A la eventual alza del IVA. A la Ley de Crecimiento Económico que trasladaba, en parte, el peso de la crisis al sector productivo.

Los correístas y la izquierda jurásica creen que así se hace política: enterrando a un gobierno débil y huérfano de casi todo, como el de Moreno. Por eso conspiran contra su estabilidad. El interrogante es por qué Nebot cree que podrá erigirse en alternativa política ganadora si incide en agravar la crisis económica y política del país. Porque de eso se trata: es obvio que su actitud perjudica al gobierno de Moreno. Pero el verdadero afectado es el país porque si este gobierno no logra recaudar ingresos para paliar el déficit fiscal, recurrirá a nuevos préstamos y agravará, por esa vía, el endeudamiento global que lastima en varios frentes la economía nacional.

Nebot no posee, por supuesto, el monopolio de este tipo de actitud. Pero quizá él sea uno de los exponentes mayores de esa cultura política que consiste en apostar a la derrota del gobierno de turno como única estrategia para pretender reemplazarlo. La intentona golpista de octubre, las amenazas de los líderes indígenas de que esto puede repetirse, hicieron pensar en un sobresalto de la sociedad política y de las élites, como sí está ocurriendo en Chile. Falsa alarma. Lo que se vivió este fin de semana en la Asamblea es el fiel reflejo del ‘statu quo’ (sin Correa): un gobierno cercado y desesperado por las presiones crecientes de la sociedad.

Un manejo político que puede ser torpe, pero que se torna imposible por las lógicas caníbales que imperan en el país. Una economía bloqueada y sin mayores expectativas de cambio. Una sociedad rehén de sus propios miedos y prejuicios. Y unos líderes políticos que celebran triunfos pírricos, mientras agravan la situación del país que dicen querer gobernar.

’Los correístas, la vieja izquierda y el partido de Nebot practican en grupo ese extraño deporte nacional... de hacer creer al pueblo que no tendrá que pagar la farra del gobierno de Rafael Correa’.