El punto de inflexion que no fue

Antes de que Estados Unidos y el mundo terminen de asentarse en la nueva realidad basada en Donald Trump, imaginemos cómo hubiera sido si hubiéramos despertado con la noticia de que la presidenta electa era Hillary Clinton y que la elegida para suceder a Ban Ki-moon en la Secretaría General de las NN. UU. hubiera sido la neozelandesa Helen Clark o la búlgara Kristalina Georgieva. Clinton se hubiera sumado a Theresa May en el Reino Unido y a la canciller alemana Ángela Merkel, ayudando a alcanzar una masa crítica en el G7. Y con la ONU bajo dirección de una secretaria general, dos de los tres organismos internacionales más importantes del mundo estarían al mando de mujeres (la francesa Christine Lagarde dirige el Fondo Monetario Internacional). Con tantas líderes femeninas: ¿qué sucedería si las mujeres gobernaran el mundo? ¿Sería mejor para las mujeres? ¿Sería diferente? Según los sociólogos, hay dos tipos de líderes femeninas: la “abeja reina”, menos propensa a colaborar con el avance de otras mujeres, y la “mujer justa”, para quien dicho avance es prioridad. En su mayoría, las pioneras como Margaret Thatcher en el RU, Indira Gandhi en India y Golda Meir en Israel, fueron abejas reina; todas rehuían del feminismo. Pero más tarde predominaron las mujeres justas. Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y Jóhanna Sigurðardóttir en Islandia, buscaron empoderar a las mujeres y ayudarlas a avanzar en sus respectivos países. Merkel y May han sido más abeja reina, mientras Clinton, Lagarde, Clark y Georgieva, más mujer justa. A menudo la primera mujer que lidera en una cultura dominada por hombres tiene que mostrarse más “masculina” que aquellos mismos: tratar de promover el avance de otras mujeres puede resaltar su propia femineidad y debilitarlas. Clinton fue la tercera mujer que ocupó la Secretaría de Estado de EE. UU., pero la primera suficientemente segura para defender la causa de las mujeres y las niñas en todo el mundo. Prometió que de ser elegida presidenta, la mitad de su gabinete serían mujeres, y que continuaría las iniciativas lanzadas por el Departamento de Estado bajo su dirección. Pero también se hubiera cuidado de que la definieran como una presidenta mujer. Sin embargo, la mera presencia de una pluralidad de mujeres produce un efecto. Estudios de tribunales colegiados en EE. UU. muestran que los jueces varones están más dispuestos a aceptar demandas por discriminación cuando comparten el estrado con una jueza, y considerablemente más dispuestos si hay dos.

¿Qué puede decirse de la perspectiva femenina en relación con el conflicto? No hay datos que respalden el estereotipo según el cual las mujeres son más pacifistas que los hombres (pacificadoras y componedoras de disputas masculinas). Por tener aguda conciencia de la magnitud del sufrimiento de la población civil en conflictos como la guerra civil siria, pueden ser mucho más propensas a demandar el uso de la fuerza en las intervenciones. Las decisiones de una líder mujer no son más predecibles que las de un hombre. Las mujeres no son monolíticas: sus antecedentes ideológicos y estilos de gobierno varían.

Cuando el mundo finalmente llegue a un punto en el que su presencia en las mesas del poder no sea una rareza y su cantidad alcance un punto de inflexión, sus voces serán oídas de otro modo y sus opiniones tendrán más peso entre sus compañeros hombres. En 2016 estuvimos más cerca que nunca de llegar a ese punto, pero tal vez aún tengamos que esperar décadas.

Project Syndicate