Promesas y esperanza

Ante la inefable pira que calcina estrepitosa los recuerdos y malos momentos del año que se esfuma, los ecuatorianos tenemos generalmente la costumbre de hilar una lista incumplible de promesas y morigeraciones.

Si fuese fácil renaceríamos en ese momento siendo otros distintos, posiblemente mejores, según la óptica de cada quien: más delgados, menos fumadores, más generosos con el tiempo para la familia; en fin, parecería que nos quisiésemos borrar para aparecer de nuevo. En todo caso, que la quema del viejo nos permita al menos reordenarnos mentalmente y hacer no promesas, sino verdaderos intentos de cambio para mejorar.

La esperanza nunca muere, suele decirse, y es un poco lo que aparece siempre en el amanecer del 1 de enero, pero ojalá que para la educación traiga nuevos y mejores vientos. Importante sería por cierto, que traiga libertad: libertad académica, libertad de cátedra; que el yugo de un ministerio que pretendió ser rector y se convirtió en dictador absoluto de conciencia, currículo y cátedra, dé paso a la opción liberadora que la educación necesita para ser tal.

No hay peor educador que aquel que no es capaz de crear, que aquel que no tiene la posibilidad de interpretar los tiempos para saber entonces qué debe enseñar hoy para que les sirva mañana a aquellos que forma.

El educador a ratos debe imaginar, debe soñar, debe buscar como artesano y artista lo que requiere para interpretar el momento y aterrizar en fruto de aprendizaje las circunstancias que se viven. No es controlando, evidenciando, robotizando, como podemos generar una casta formal y apasionada de formadores.

¡Que vuelva la libertad! ¡Que se permitan las autonomías! Que se reconozca la valía del profesor ecuatoriano sin que se lo encasille, llevándolo de aquí para allá, haciendo solo lo que se le dice, incapacitándolo hasta de agregar algo más.

La educación sin libertad es un personaje triste que no entregará sino generaciones tristemente pobres, incapaces de volar, de crear, de generar, de construir y emprender en el mundo que les toca vivir.

Tengamos esperanza. ¡Feliz Año Nuevo!

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