Los poetas suicidas

Hace algún tiempo escribí en un suplemento de este diario un artículo sobre el mismo tema. Y días después recibí un anónimo reprochándome el que haya omitido en tal escrito a Dolores Veintimilla de Galindo, la poeta quiteña romántica que acabó con su vida en Cuenca, víctima de la soledad y de los encarnizados ataques de un sacerdote, fray Vicente Solano, que sabía usar muy bien la pluma, pero no el corazón. Posiblemente olvidé agregar a mi mensaje periodístico que me iba a referir solamente a quienes les había tocado vivir y morir en el siglo XX, que inspiró a Santos Discépolo en su tango Cambalache.

Siendo así, para evitar censuras literarias incluyo esta vez a la autora del poema A mis enemigos, para referirme también a César Dávila Andrade, cuencano, cuyo centenario del natalicio se recordó el año pasado; a Medardo Ángel Silva, guayaquileño, que perteneció a la generación “decapitada”, al igual que Arturo Borja, quien también murió a los 21 años por su propia culpa, a los 6 meses de haberse casado, y a David Ledesma Vásquez, igualmente porteño, que se despidió de esta “perra vida” por su trágica decisión, dejando como disculpa a sus seres más próximos y a la posteridad un estremecedor poema. Y, finalmente, el manabita Jacinto Santos Verduga, también desaparecido en el Puerto Principal en plena juventud. Si hay alguna omisión, involuntaria por supuesto, acepto de buenas ganas y sin resentimiento alguno un nuevo anónimo.

Un año antes de su partida, Medardo Ángel Silva diría en uno de sus más recordados poemas: “Hoy cumpliré veinte años/ amargura sin nombre/ de dejar de ser niño/ y empezar a ser hombre”. Y fue un año después de ese comienzo en que por propio deseo llegó a su hora final. César Dávila Andrade, que le cantó en Catedral Salvaje, con entrañable pasión a su país de origen, del cual se exilió en Venezuela por pocos años, también trató el tema social del indígena ecuatoriano, sometido por años virtualmente a la esclavitud por los señores feudales de la sierra, en su extraordinario Boletín y elegía de las mitas. Y David Ledesma Vásquez, quien en su poema final le dice a la mujer amada: “Te regalo este muerto, cuídalo bien, es tuyo”. Estremecedor... ¿verdad?