Plan para el desastre europeo

Un grupo de senderistas perdidos quieren llegar a un castillo que se ve a la distancia sobre una colina, pero el camino que llevan parece ir en otra dirección, y quien los guía solo los exhorta a ir más rápido. Hoy la eurozona está en la misma situación. Es cada vez más evidente que crear el euro era el camino equivocado. Causó una burbuja crediticia inflacionaria en Europa meridional y cuando estalló, la competitividad de la región quedó destruida. Europa septentrional tuvo que acudir al rescate proveyendo sumas cuantiosas en garantías, créditos públicos y transferencias, que perpetuaron los precios relativos erróneos derivados de la burbuja y ocultaron el problema subyacente. En tanto, el Acuerdo de Schengen, que eliminó la mayoría de los controles fronterizos entre Estados miembros de la Unión Europea, facilitó a inmigrantes venidos de regiones más pobres de Asia y África la entrada masiva a los Estados de bienestar de Europa septentrional en años recientes. En respuesta a esto, el presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker usó el discurso sobre el Estado de la Unión de este mes para pedir que más países se unan a la eurozona y al Espacio Schengen. Juncker es el guía carismático pero confundido que lleva por mal camino a nuestro metafórico grupo de senderistas. Todos los Estados miembros de la UE que no están en la eurozona (excepto Dinamarca) ya están legalmente obligados a avanzar hacia la adopción del euro, mediante el cumplimiento de diversos “criterios de convergencia”. Pero Juncker quiere agilizar el proceso, apelando a flexibilizar los criterios de pertenencia a la eurozona y ofrecer incentivos financieros para el ingreso de nuevos miembros. En vista de los problemas que ya hubo en la eurozona, es una propuesta sumamente peligrosa, que de concretarse, probablemente impulsará la misma clase de sobrecalentamiento destructivo que hemos visto en Europa meridional. En previsión de un ingreso a la unión monetaria, las familias búlgaras, croatas y rumanas ya han acumulado un exceso de deuda en moneda extranjera (sobre todo euros), y esto generó importantes dificultades financieras. Es comprensible que los bancos occidentales que imprudentemente otorgaron préstamos en euros a estos países ahora quieran darles la máquina de imprimirlos: así los países deudores podrán tranquilizar a los acreedores y, de ser necesario, devolver los préstamos emitiendo efectivo (como hicieron los países de Europa meridional a lo largo del último decenio). Dar a Bulgaria, Croacia y Rumania la posibilidad de emitir euros evitará que se corte el crédito privado y permitirá la refinanciación de los préstamos en moneda extranjera. Pero la abundancia artificial de crédito barato también inflará las pensiones estatales, los salarios de los empleados públicos y las transferencias sociales. Y esto a su vez llevará a un sobrecalentamiento del mercado inmobiliario y aumentos de los salarios locales, lo que debilitará la competitividad internacional. En síntesis, el plan de Juncker para acelerar el ingreso a la eurozona amenaza con recrear a más escala el caos del último decenio, que empezó con una burbuja en Europa meridional y terminó con la crisis de deuda soberana de Grecia. La propuesta de Juncker de extender hacia el este el Espacio Schengen es igualmente errada. Una burbuja inflacionaria en Europa del este, acompañada del desmantelamiento de los controles fronterizos, puede desestabilizar a toda la UE y crear otra oleada de migrantes económicos hacia Europa central.