Piras inquisidoras

Satanizantes a ultranza como somos los ecuatorianos, vemos indolentes y arrogantes, aquí y allá, arder las piras inquisidoras y expiatorias en las que se calcina la imagen del profesor ecuatoriano. No todo es nuevo, ya habíamos dicho en otras ocasiones que, ya sea por actos propios o de terceros, se desmerece y agrede el rol del educador. Más tarde se generalizó y se lo acusó de politiquero y tira piedras.

Hoy las revelaciones develan una cara dolorosa y triste del docente, una cara que nos provoca horror y desprecio. Un profesor que se muestra como agresor sexual no merece serlo, y por él, pedimos el perdón que redime y sufrimos la vergüenza ajena que nos enrostra. Sin embargo, ¡cuidado! El 80 % de las acusaciones de abuso sexual en el mundo se dan en el seno de la familia; y de los aproximadamente 190 mil educadores del país, los viles no llegan si quiera al 1 %, no por ello bueno ni plausible, pero tampoco por ello ha de generalizarse denigrando a todos.

Las cacerías de brujas no son buenas y no vale exacerbar un escándalo para tapar otro. Mano dura y sanción para los culpables, sí, pero respeto y presunción de inocencia para los demás. No podemos, porque unos pecan, marcar y demoler a personas e instituciones. El niño de hoy sí miente; el joven de hoy se venga y se desquita; el padre de familia de hoy “busca” salir de la crisis, y algunos abogados no son escrupulosos.

Que en las piras de la opinión pública ardan los culpables hasta pagar su ignominia, pero que en jueces y autoridades haya la prudencia para dejar espacio a la verdad y al brillo de la justicia. El educador no es un profesional de tercera, merece respeto. Por ello, ¡cuidado y no sea esta otra estrategia para debilitar los pilares de la sociedad!

El profesor, el médico, el sacerdote, el sabio, son necesarios para portar sobre sí las andas de una nación que surja adecuadamente atendida. No arrasemos con los pilares, pues corremos el riesgo de que la sociedad toda se licue y caiga en un caos donde se pierdan los referentes, donde el buen ejemplo sea inoficioso y en la que buscar el bien ya no sea necesario.