Víctor Morocho. En este año ha tenido que enfrentar dos largos viajes por aludes en las rutas que cubre: Cuenca-Guayaquil y Cuenca-Santo Domingo. Los bloqueos de la semana pasada, dice, ocurrieron en Javín, en la vía Azogues-La Troncal y otro en la Mollet

La pesadilla de los choferes

Víctor Morocho. En este año ha tenido que enfrentar dos largos viajes por aludes en las rutas que cubre: Cuenca-Guayaquil y Cuenca-Santo Domingo. Los bloqueos de la semana pasada, dice, ocurrieron en Javín, en la vía Azogues-La Troncal y otro en la Mol

Los deslaves y los tramos viales con calzadas destruidas se han convertido en la pesadilla de los conductores de los transportes interprovinciales, que a diario recorren las carreteras que unen a Guayaquil con otras ciudades de la Costa y la Sierra.

“Sufrimos mucho. Los deslaves nos aumentan las horas de viaje y el cansancio”, cuenta Víctor Morocho, de la cooperativa Sucre Express, quien salió ayer de Guayaquil a Cuenca por la vía Puerto Inca-Molleturo. En cada viaje ruega que no ocurra algún deslave que le obligue, como la semana pasada, a invertir 26 horas en un recorrido en el que habitualmente emplea 8.

Víctor partió a las 21:00 de Cuenca con destino a Santo Domingo por la ruta Azogues, pero un deslave bloqueó su pasó a mitad de camino. Retornó a la capital azuaya para tomar la ruta Molleturo-Puerto Inca que triplicó el tiempo de recorrido; llegó a las 23:00 del día siguiente; lo único que quería era descansar.

Los choferes Rolando Narváez y Noé Calderón, de la cooperativa San Cristóbal, que hacen dupla en el viaje de Guayaquil a Tulcán (frontera norte), ya han perdido la cuenta de las veces en las que -durante los inviernos- han tenido que buscar vías alternas para llegar a su destino. “Ya estamos acostumbrados a la mala vida”, dicen.

La semana pasada, por el cierre de la vía Alóag-Santo Domingo en Alluriquín, tuvieron que llegar a Guayaquil por la vía Ambato-Guaranda-Montalvo. Corrieron con suerte, porque pasaron minutos antes de que ocurriera un deslave que cerró la vía por varias horas.

La misma fortuna no acompañó a Wilson Andaluz, de transportes El Dorado, que salió a las 02:30 de Ambato y que se quedó en el camino. Él cuenta que los pasajeros decidieron hacer trasbordo antes que retornar a Guaranda para tomar las vías Riobamba-Pallatanga o Chillanes-Bucay; sabían que también tenían problemas.

“Retorné a Ambato y perdí plata”, cuenta resignado este experimentado conductor que cree que ahora ocurren menos deslaves que en El Niño de 1997-1998, cuando los cierres viales eran por semanas y hasta meses.

A los deslaves se suman los daños en las calzadas que hacen que el tramo Naranjal-Tenguel, en la vía Guayaquil-Machala, se convierta en una pesadilla diaria para Alfonso Ulloa, de Ecuatoriano Pullman. “Veinte kilómetros en una hora es un martirio”, apunta. Algo similar vive Alonso Ramos, de Transporte Caluma, en 38 kilómetros del tramo Pueblo Viejo-Caluma. “La calzada está llena de huecos y el riesgo de accidentes, por esquivarlos, es grande”, remarca. Pero al mal tiempo le ponen buena cara.