Pasion es la clave

Acaso porque cada año nos repetimos rutinarios y a disgusto o porque los incentivos para hacer de educador no florecen tanto como en otras profesiones y se invisibiliza el dinero, símbolo posmoderno del éxito, o tal vez porque se vea menos la docencia en nuestra sociedad, los educadores perdemos la chispa y la ilusión.

El anhelo que otrora sintieran las familias de que uno de sus hijos se dedicase a la educación, se esfumó; ya lejos están los tiempos en que se veía a la profesión como una opción válida para la realización personal y hasta conveniente por las vacaciones intermedias y de fin de año que ofrecía. ¿De qué vas a vivir? ¡Ni loco te permito ser profesor! Son respuestas que hoy los padres entregamos a los hijos cuando nos plantean tan solo la posibilidad de ser educadores.

Y es ahí donde se truncan vocaciones, se retuercen y sacrifican opciones de realización personal. Ya sea por lo primero anotado o por la negación familiar, el buen ejercicio profesional del docente se escabulle, pues quienes ejercitan la cátedra en ocasiones lo hacen más a destajo o porque no hay nada mejor que hacer. La educación exige pasión más allá de la pedagogía, esa pasión que surge de vivir la trascendencia de la gestión de formar.

Los educadores trabajamos con intangibles, vamos forjando las conciencias y personalidad de quienes tenemos delante, nos escurrimos entre el espíritu de quienes conforman la clase y ahí encontramos la fortaleza de nuestra razón de ser. No somos meros comerciantes que toman y dan sin imbuirse en la gestión; no somos simples traficantes de conocimiento, ni fríos académicos que dadivosamente instruimos, somos más bien gente de pasión.

Con la exigencia de una firme vocación que permite mirar hacia la trascendencia de lo que hacemos, tenemos que identificar nuestra misión. La educación no es para aquellos que ni la sienten ni la viven; esos hoy son tristes y amargos nazarenos que llevan a cuestas cruces sin visos de resurrección.

Hacer de educador sin vivir la educación es muy duro y caro en estos tiempos, pues fractura el espíritu y amarga la existencia.