Pasajeras, ambas

“Cómo quisiera poder decir a la mayor cantidad de gente posible, que la vida es efímera y que hay que aprovecharla al máximo compartiendo con quien realmente nos importa”. Algo así dijo mi amigo Andrés Guschmer el otro día que charlábamos. Justo estaba pensando escribir sobre la muerte, le dije. Entonces, verbalizado mi deseo ya no podría guardármelo. Aquí va.

La vida es un regalo que nos lo dieron sin preguntarnos si aceptábamos, y tampoco nos entregaron un manual de instrucciones para armarnos perfectamente. Genéticamente somos casi idénticos, pero al final y gracias a un par de detalles en nuestro cuerpo, nos diferenciamos absolutamente del resto. El detalle hace la diferencia, lo único.

Quién sabe si hace miles de años fue un hombre el que, marcando una línea en la tierra, dijo “esto es mío” y hubo otro que se lo creyó. O tal vez, como dice la Dra. Helen Fisher, “al perder la mujer el celo en su camino evolutivo y convertirse en omnirreceptiva, se hizo una atleta sexual”. Y lo mismo hizo de su compañero. Este vínculo biológico que la experiencia demuestra más fuerte que cualquier otro, nos hizo seres emparejadores y eso exigía un “mínimum” de reglas, tácitas al principio y explícitas después, para que el equilibrio de esta trama, tan delicado, pudiera mantenerse.

Y así, por romper esas reglas implícitas, explícitas, por dinero, poder, nuestra historia gira alrededor de guerras e indiferencia mortal. No nos basta saber que nos vamos un día, del que tampoco nos han dado fecha, para desapegarnos del espejo y vivir del lado de la no violencia.

Se mercadea la idea de que para ser importante, y con ello feliz, se necesita ser bello, rico y famoso, ¿Cuánto cuesta la felicidad? ¿Dónde la venden? ¿Qué es ser bella? ¿Cuánto dura la gloria? ¿Cuántos reconstruyen puentes entre la gente?

¿Les estoy escribiendo desesperanza? No. Tampoco tengo todas las respuestas, pero cuento con la certeza de que así como esta vida es pasajera, la muerte también.