Las pantallas delatoras

El mundo virtual con toda su tecnología de punta parece haber convertido a lo que antes considerábamos mágico en una realidad contante y sonante, al haberse impuesto, de cierta manera, al tiempo y al espacio. Porque se han derrotado las distancias y a esa forma de ficción que es el tiempo, que se ha manejado de tal manera que no sería extraño que hasta se llegue a superar, revelando el futuro, con el secreto poder de magos y videntes que nos cobran por adivinar nuestro porvenir en la bola de cristal, en las misteriosas barajas del Tarot o en “las absurdas líneas de la mano”, como decía el poema Líndica de José María Egas. Así, ya a China o a la Siberia las tenemos al alcance de nuestro conocimiento y los secretos de la antigüedad están a la vista de cualquiera que tenga esos aparatos que suelen manejar con pericia hasta los niños de cinco años.

Y ante esa realidad cualquier hijo de vecino, desde el más importante hasta el más común, queda también al descubierto al quedar expuestos sus actos y sus palabras (y posiblemente hasta sus lánguidos suspiros) a la posteridad inmediata. Es decir que de cierta manera nos hemos quedado desnudos, como estaban don Adán y doña Eva en el paraíso antes de dejarse tentar por la maliciosa serpiente para que muerdan la fruta prohibida del árbol del bien y del mal. Y así, con esa falta de ropaje protector, los pecados, las culpas y los delitos quedan al descubierto luego del examen de los ahora tan comunes aparatos de la virtualidad.

Y precisamente han sido los correístas quienes han quedado al descubierto por la trampa de los aparatos de alta tecnología. Y toda esa corrupción que al parecer se había dado aprovechando la era de bonanza que llegó gracias al precio internacional del petróleo, que nos proveyó de miles de millones de dólares que con la misma rapidez que ingresaron también desaparecieron, quedó grabada en las pantallas; lo mismo las cifras de los dineros que se evaporaron, que los diálogos entre los funcionarios de la “década dorada”. Los chats y los tuits se convirtieron de esta manera en implacables delatores, por ejemplo, en el ‘affaire’ ahora a la moda del Arroz verde, por el uso indebido de fondos en la campaña electoral del entonces partido de gobierno.