
El oficio mas antiguo en la China mas moderna
La prostitución, casi desaparecida durante la época maoísta, comenzó a resurgir con inusitada fuerza en los años 80. Según la ONU, la ejercen entre 4 y 6 millones de personas.
Durante el día, Jinjin colabora con una ONG y promueve el sexo seguro, reparte condones y educa a las prostitutas de Pekín sobre cómo evitar las enfermedades de transmisión sexual y sobre sus derechos. Por la noche, en un club de alterne, es una más de ellas. Con un cuerpo rotundo lleno de curvas y una sonrisa pícara, no tiene dificultades para conseguir clientes.
“Es una vida cómoda”, se encoge de hombros. “Al día puedo ganar más de mil yuanes (unos 165 dólares) fácilmente. Y al mes, más de 30.000 (unos 4.300 dólares). Los clientes a veces me invitan a comer, me hacen regalos, se encaprichan conmigo. ¿En qué otro trabajo podría ganar tanto dinero? La ONG paga muy poco”.
Lleva siete años en la industria del sexo. En 2010, a los 24 años, decidió dejar su vida en un pueblo de Anhui, una de las provincias más pobres de China, y a un marido al que detestaba. Los primeros meses, al llegar a Pekín, fueron muy duros. “Empecé como vendedora ambulante, pero apenas sacaba dinero. No tenía contactos, no conocía a nadie. No me quedó otra opción”. La prostitución es teóricamente ilegal en China. Casi desaparecida durante la época maoísta, comenzó a resurgir al tiempo que el país iniciaba su escalada económica en los años ochenta. Hoy en día es un sector floreciente, y ubicuo, en salas de karaoke, salones de masaje o peluquerías donde se ofrecen “servicios especiales”. La ONU calcula que la ejercen entre cuatro y seis millones de personas, aunque algunos estudios apuntan que esta cifra podría llegar a los diez millones.
“Cuando el estómago está lleno, llega la hora de pensar en el sexo”. Es un refrán chino que cita la escritora Zhang Lijia, quien investigó el sector durante 12 años para documentar su novela ‘Lotus’, la historia de una joven prostituta. Zhang percibe una relación directa entre el boom económico chino y el “espectacular retorno” del mercado del sexo. La súbita riqueza ha sacado a la luz la “tendencia hedonista” reprimida durante el maoísmo, cuenta la autora. Muchos negocios se discuten rodeados de comida, bebida y mujeres. Tener una amante es, para muchos hombres, una cuestión de prestigio y un modo de exhibir nivel económico. Además, el desarrollo urbanístico ha atraído a las ciudades a muchos hombres de otras regiones del país que se trasladan sin su familia. A todo esto se suma la revolución sexual que ha vivido China desde los años 90.
Zhang explica que, en su mayoría, las prostitutas en China provienen de las zonas rurales, atraídas por la promesa de una vida mejor en las ciudades del este o deseosas de dejar atrás, como en el caso de Jinjin, un mal matrimonio. El tráfico es algo minoritario. “Normalmente, entran en ese mundo por su propia voluntad, aunque motivadas por la falta de otras opciones. No es una decisión fácil”, puntualiza la escritora.
Wang Xiaohong empezó de una manera típica, en una peluquería que ofrecía “servicios adicionales”: “me dijeron que me pusiera a cortar el pelo y a dar masajes. Como no sabía hacer ninguna de las dos cosas, me dijeron que entonces tendría que practicar el sexo con los clientes”. Ahora, a sus 43 años y más de 15 en la profesión, trabaja por su cuenta. Tiene alquilado un cuarto diminuto en un hutong, una callejuela tradicional, en un barrio de clase media-baja al sureste de Pekín, donde la enorme cama no deja otro espacio libre. Sobre ella come, charla y trabaja.
Como su amiga Jinjin, Wang no considera que su vida sea especialmente desgraciada. Se da caprichos que en su vida anterior no hubiera podido soñar: se compra ropa, se ha ido de vacaciones a Malasia. Presume de haber comprado una casa con jardín en Hebei, la provincia próxima a Pekín, y varios pisos en la capital, su “seguro de vida” cuando le llegue la hora de retirarse: “y ya no me queda tanto. Ya no gano como antes. Algunos clientes se me quejan, dicen que querían a alguien más joven”. En una sociedad como la china, en la que la igualdad de género es aún un sueño distante, estas mujeres disfrutan del poder y del estatus ante sus familias que les da el dinero.
El principal problema del que hablan Wang y Jinjin son las redadas periódicas y los abusos de la policía: desde pruebas obligatorias del sida a vejaciones. Un informe de la ONG Asia Catalyst encontraba el año pasado que un 71 % acabaron en el cuartelillo, un 27 % fueron multadas y un 47 % quedaron bajo detención administrativa. Una detención sin juicio previo que puede durar hasta dos años en un centro de reeducación y donde a menudo se les exige que trabajen gratis todos los días de la semana. Es más probable que resulten detenidas si llevan encima condones, algo que la policía considera prueba de sus actividades, según denuncia esta ONG. “Normalmente, siempre hay alguien vigilando en la entrada de nuestros lugares de trabajo. Si nos avisan, tenemos que deshacernos de los condones de inmediato, tirándolos por el escusado o como sea”, dice Wang.
“Queremos que deje de estar prohibida”
La lucha contra la corrupción que ha lanzado el Gobierno desde la llegada al poder de Xi Jinping ha afectado al sector. En Pekín, una campaña de embellecimiento de la capital ha derribado muchos establecimientos desde donde estas mujeres operaban. “La alternativa ha sido alquilar pisos y fijar las citas a través de las redes sociales”, dicen desde Asia Catalyst.
Jinjin apunta otro factor: la campaña de destrucción de estructuras ilegales en Pekín ha dejado sin trabajo y alejado a muchos inmigrantes. Con esa marcha, asegura, ha perdido clientes. “Ahora tocamos a menos”, se lamenta. Por supuesto, asegura, le gustaría que la sociedad retirara el estigma que tiene la prostitución y que dejara de ser prohibida. ¿Legalizada y regulada? “Tanto como eso, quizá no. Habría más competencia. Y los clientes serían más exigentes”, se ríe.