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    Los estrechos callejones de la Rocinha están decorados, en su mayoría, con grafiti.Julio Montero / EXPRESO
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    Los pasadizos de Rocinha pueden llegar a ser interminables. Uno conecta a otro y perderse resulta fácil.Julio Montero / EXPRESO

Así es un tour en Rocinha: Las tres horas más intensas en Río de Janeiro

La muerte de una turista española en 2017 hace que las próximas visitas a la favela se vuelvan más temerosas. EXPRESO recorrió la popular zona de Brasil mientras los conflictos están en receso.

"Yo seré el encargado de guiar su trayecto por Rocinha, vamos a adentrarnos en el corazón de Río de Janeiro. Más de 150.000 personas habitan en esta comunidad donde rigen las leyes impuestas por los narcotraficantes". Con esta frase, Leonardo Soares Leopoldinho —habitante de la favela más grande de Brasil y dedicado al turismo desde hace ocho años— da la bienvenida a un recorrido a pie de 180 minutos que no cualquier extranjero se atreve a incluir en su agenda. 

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Transmitir seguridad aparenta ser una de sus primeras labores. Los conflictos armados en Rocinha entre dos bandas de narcotraficantes y la policía habrían cesado, pero la pregunta no tarda en llegar: "¿Es seguro ir en este momento?". Leopoldinho responde de inmediato. "Hoy es seguro, tienen la ventaja de ir con alguien que conoce el lugar, podrán tomar fotos y comer algo. No habrá ningún problema", insiste con su español entrecortado.

¿Pero qué hay de la muerte de la turista María Esperanza Ruiz, de 67 años? La española falleció en Rocinha en octubre de 2017 luego de que su vehículo no se detuviese ante un control policial y un agente decidiera disparar contra el automotor.

"Yo fui quien le recomendó no ir, en aquel momento el narcotráfico estaba en disputa y no era seguro para nosotros los lugareños, mucho menos para los turistas. No me hizo caso y sucedió lo peor", cuenta Leopoldinho. Entonces, su misión parecía surtir efecto, la confianza había aumentado.

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Las calles principales de esta comunidad son los únicos lugares por donde pueden transitar vehículos y motos.Julio Montero / EXPRESO

Era momento de iniciar y luego de pagar 90 reales  (unos 20 dólares), un Volkswagen rojo emprendía su viaje desde la playa de Copacabana hasta Rocinha. Llegar al destino permitía evidenciar un contraste social inigualable. En el camino y a menos de cinco minutos de Rocinha se encuentra el sector de Gávea Alta, zona que alberga las residencias y colegios privados más exclusivos de Río de Janeiro. 

Allí, por ejemplo, está la Escuela Americana de Río de Janeiro, centro educativo donde se paga cerca de 6.500 reales al mes (1.500 dólares). "Un habitante de Rocinha tendría que trabajar más de seis meses para poder pagar una sola mensualidad, sin incluir útiles, transportación y cualquier otro gasto", comenta Leopoldinho, sin evitar mencionar que el salario básico en el país carioca es de 1.039 reales.

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¿Cómo pueden convivir ambas realidades sociales a tan solo metros de distancia? Fácil, o así aparenta ser según la explicación que da él mismo. Cualquier persona que habita en Rocinha tiene prohibido robar, secuestrar, atentar o cualquier cosa que perjudique a los que se encuentren en el sector de Gávea Alta porque son ellos quienes dan trabajo gran parte de la comunidad de la favela. "El que quiera delinquir tiene que hacerlo lejos, no aquí, ni cerca de la comunidad. Las personas adineradas necesitan mucho personal para mantener sus propiedades. Y desde Rocinha salen quienes realizan esos trabajos", añade el guía de 38 años de edad.

Ya en Rocinha, una calle de dos carriles da la bienvenida a un laberinto de concreto donde ni siquiera Dios sabe con qué te podrás encontrar. Y son esos mismos escépticos quienes, a bordo de una combi turística, prefieren conocer a medias la realidad. Asomados por su ventana, con sus celulares cubriéndoles la cara y sintiéndose seguros nada más recorriendo las avenidas principales. Sin avanzar un solo metro a pie.

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    La electricidad es gratis en Rocinha, pero los propios habitantes deben realizar sus conexiones. Quienes ya han tenido experiencia en trabajos eléctricos son quienes se animan.Julio Montero / EXPRESO
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    La comunidad debe encargarse de transportar sus desperdicios a repositorios comunes ubicados en las avenidas principales. Los problemas de insalubridad son constantes.Julio Montero / EXPRESO

El Volkswagen gira y se marcha. Entonces llega el momento de iniciar el recorrido. Al igual que un embudo, caminar por Rocinha significa incrustarse en callejones que no dan espacio ni para respirar. Abrir un paraguas es prácticamente imposible y caminar de la mano con tu pareja mucho peor aún. Los pasadizos son vías de ida y vuelta no solo para los habitantes, sino para los comerciantes y trabajadores de los miles de negocios que allí se encuentran.

Decir miles de negocios suena a exageración, pero no lo es, sobre todo al evidenciar la variedad de servicios que estos ofrecen. Tiendas, restaurantes, bares, boutiques, estudios de tatuajes, barberías, reparaciones de artefactos electrónicos, bancos —Rocinha es la única favela que cuenta con bancos, no con uno, sino con dos— y hasta escuelas —cuatro para ser exactos—.

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Estar dentro de una favela, donde a inicios de 2018 se registraron 30 tiroteos, que dejaron 12 muertos, exalta los sentidos. Los ojos alcanzan a ver lo que no creías que estaba presente, los oídos registran hasta el mínimo murmullo que pueda alertarte y, por supuesto, la mente construye escenarios de posibles sucesos en tiempo récord. 

El pase libre que otorgó Leopoldinho al inicio para fotografiar todo sin problema tiene ciertas restricciones. Una de las tres zonas de narcotraficantes que están en el recorrido turístico obligan a que el guía lance una advertencia obligatoria: "Más adelante están prohibidas las fotos. Ellos (los narcotraficantes) están reunidos trabajando".

Grupos de tres, cuatro, cinco y hasta seis personas se aglomeran a los costados del camino. "Estamos juntos", decía Leopoldinho a manera de saludo a quienes optaban por mirar fijamente a dos turistas adentrarse en su zona de negocios. Algunos responden con un "bienvenidos" que no deja de ser intimidante.

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Los compartimientos habitacionales son tan estrechos que los electrodomésticos no entran por la puerta.Julio Montero / EXPRESO

El camino continúa y permite tomar un respiro en calles menos estrechas. Una avenida reconstruida y llena de murales coloridos conduce directo a la esquina de Moscú, zona conocida por ser el epicentro de fiestas nocturnas que encienden los viernes, sábados y domingos en Rocinha. Aquí, al igual que en cualquier otro lado de la comunidad, los "narcos importantes" tienen preferencia por encima del resto. Para ellos, existe una especie de cancha de cemento con gradas que pasada la medianoche se convierte en la zona VIP de los capos brasileños. Fotografiar el lugar tampoco es la mejor decisión.

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En medio de la tensión que generaba el recorrido, una alarma apocalíptica llegó de la mano de la lluvia para matizar el ambiente, tal como en una película que describe el fin del mundo.

El ruido de la bocina que alertaba de posibles inundaciones se escuchaba en toda Rocinha. "Esa alarma advierte a las personas que tienen sus casas al borde del risco que deben evacuar sus domicilios para prevenir tragedias", explica Leopoldinho. Este acto dibujó la realidad de los habitantes de la favela. "El 25 % de las personas son de clase media, el 70 % asalariados y el 5 % restante son miserables", continúa. Y es precisamente esa última minoría, también conocida como 'ropa sucia', quienes deben mantenerse alerta cada vez que la lluvia cae sobre las casas que bordean el cerro.

Luego de que el temporal empeora, es momento de buscar una salida al laberinto. Casi al final, al igual que al inicio, las miradas no dejan de estar encima de quienes los lugareños reconocen como extranjeros. De vuelta en una de las vías principales, la fluidez de personas empuja a los visitantes hasta el puente Passarela da Rocinha, una construcción en forma de "tanga brasileña" en honor al carnaval de ese país.

Del otro lado del puente, mientras arriba el Uber, Leopoldinho agradece la confianza y enfatiza en los principios de una comunidad que aprendió a vivir con la violencia, aunque prefiere los días cuando esta se ausenta. "La gente no vive en Rocinha porque quiere, está aquí por necesidad", concluye el hombre, recubierto con un impermeable, justo antes de volver al lugar que lo vio nacer.