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Refugios libaneses
Zamzam y su familia, que huyeron de la aldea de Beit Lif, en el sur del Líbano, el primer día del mes sagrado del Ramadán en la sala de una de las escuelas refugio.EFE/EPA/WAEL HAMZEH

El ramadán de los desplazados libaneses, lejos de los suyos y comiendo en el suelo

Las hostilidades con Israel los obligaron a abandonar el sur del país. Ellos no tienen neveras ni cocinas

Zamzam, su marido y sus cinco niños rompen el ayuno del mes sagrado de ramádan con un par de platos básicos que la mujer ha podido preparar en un camping gas colocado sobre un pupitre, su cocina improvisada desde que las hostilidades con Israel les obligaron a abandonar el sur del Líbano hace cinco meses.

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Su mesa de ramadán es el suelo del aula que les asignaron en un colegio para desplazados, en la ciudad meridional de Tiro. Y lo que debería haber sido un festín de comida casera se reduce a unas patatas fritas, una ensalada y un plato con más o menos una alita de pollo por cabeza.

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Cuando en el reloj faltan unos minutos para las 18.00, la hora del 'iftar' para los musulmanes chiíes, la familia de Zamzan rompe el ayuno en silencio, con poco ánimo de celebración, como muchas de las otras 90.859 personas que han tenido que abandonar sus hogares a causa de la violencia fronteriza en el Líbano.

Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), unos 1.500 desplazados permanecen en centros de acogida como este de Tiro, donde meses de dormir sobre colchones en el suelo y de quemar los ahorros de toda una vida para poder malvivir dejan poco espacio para un Ramadán como los de antaño.

En su casa en Beit Lif, cerca de la divisoria con Israel, Zamzan solía hacer "muchas cosas" durante el mes sagrado, especialmente cuando alguno de sus niños de entre 3 y 11 años ayunaba por primera vez.

Ramadán
Zamzam, su marido y sus cinco hijos rompen el ayuno del mes sagrado del Ramadán con un par de platos básicos que la mujer ha sabido preparar en una pequeña estufa de gas de camping.EFE/EPA/WAEL HAMZEH

La joven lamenta en declaraciones  cómo esta vez lo pasa lejos de sus seres queridos y sin recursos para poder preparar la comida "que les encanta a mis hijos".

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"Uno quiere una fajita y el otro quiere 'taouk' (pincho moruno), hay comidas que son diferentes y soy incapaz de satisfacerlos a todos, siendo sincera. Primero porque no hay nevera o cocina de gas completa para freír las patatas y preparar la comida principal; incluso en lo que se refiere a dinero, no hay ninguno", explica. Según comenta, una ONG distribuye raciones de comida para el 'iftar', pero "nadie las come".

Noha Salah al Qazem, de 47 años, está muy agradecida a los efectivos de la defensa civil que les llevan "lo que sea que consiguen", aunque también reconoce que a sus cinco hijas no les gusta la comida donada y se quejan de que no es como los platos caseros que solían tomar en casa.

Por ello, la desplazada prepara lo que puede en un camping gas que adquirió por unos 20 dólares, mientras lamenta la falta de una sartén, una olla o platos.

"Necesitamos pan y varias otras cosas, no se trata solo de 'fattoush' (ensalada) o comida. Mis hijas quieren fruta, dulces y cosas, me piden muchas cosas porque están ayunando todo el día", indica la mujer, parte de una familia de nueve miembros.

Ramdán Líbano
Su mesa de Ramadán es el piso del salón de clases que les asignaron en una escuela para personas desplazadas en la ciudad sureña de Tiro.EFE/EPA/WAEL HAMZEH

Atrás quedaron los días en que la familia de Noha disfrutaba de un menú "variado" de Ramadán con sopa, carne a la parrilla y pollo asado, preparados en una cocina funcional y equipada con electrodomésticos que hoy ya no existen.

Según le han dicho por teléfono sus antiguos vecinos de la aldea fronteriza de Boustane, parte de su casa ha quedado destruida por el fuego cruzado entre Israel y el grupo chií libanés Hizbulá, que solo ha dejado en pie dos habitaciones de la vivienda familiar. Con la huida, también han perdido las reuniones típicas del periodo sagrado.

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"Solíamos llamar a nuestros vecinos y a mis sobrinas, que venían para quedarnos despiertos, fumar 'shisha' (pipa de agua) y beber refrescos. Era lo normal en la aldea, éramos felices; ojalá pueda volver a la aldea incluso si es para sentarme debajo de un árbol e incluso si mi casa está dañada", pide Noha. En el colegio de Tiro, cada uno rompe el ayuno en la soledad de su aula.

"Qué Dios nos ayude, es duro para todos, no solo para una persona. Se puede decir que nos han puesto en la celda de una prisión, (salimos) de la habitación al patio y del patio a la habitación", sentencia la desplazada.

En un aula cercana, un padre de tres hijos hace un relato similar, hablando de la falta de ingresos para comprar comida, de una casa destruida en las áreas fronterizas y de estar separados de los seres queridos en una época tan señalada.

"No hay nada más agradable que estar asentado, en especial psicológicamente (...) Aquí, todo el mundo es retraído y comemos en nuestras habitaciones", concluye el hombre.

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