
Israelíes dejan los refugios y retornan a sus rutinas
Tras el cese al fuego con Irán, civiles vuelven a la serenidad, al trabajo y a la escuela
El sonido estruendoso de las sirenas se esparce por todas las ciudades y pueblos de Israel, irrumpiendo el descanso de los hogares y haciendo que algunos niños rompan en llanto. Antes de esta alerta, ya el Gobierno anunciaba a sus ciudadanos, a través de una aplicación móvil, estar listos para entre 15 y 20 minutos correr hacia los búnkeres antimisiles. Cuando la última alarma llega, las familias tienen entre 60 y 30 segundos para bajar al subsuelo y cruzar la puerta de acero blindado que las salve de la muerte.
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Así han vivido los israelíes en las últimas dos semanas, cuando los ataques de ida y vuelta con Irán volvieron a convertir en un polvorín a Medio Oriente. A diferencia del conflicto Israel-Palestina, la tensión escaló en lo mundial por el acceso de uso de armas nucleares desde los iraníes y por posibles efectos económicos globales por el precio del petróleo.
La guerra, que termina tras un cese al fuego tras la intervención de Estados Unidos el pasado 24 de junio, deja hasta ahora un resultado de más de 400 fallecidos y unos 5.000 heridos, entre ambas naciones.
Vuelven a su cotidianidad
Una herida que forma parte de la cotidianidad de los israelíes, así como la tarea de correr y refugiarse en el subterráneo cuando se lo ordenan y así como de pasar la página y retomar sus vidas. Pues horas después del acuerdo de parar la guerra, ayer las calles de las ciudades israelíes marcaban tráfico vehicular, los adultos regresaban a sus empleos y los niños a la escuela.
Una vuelta a la normalidad que sorprende a migrantes como Sofía Iskayev, una ecuatoriana que reside en el kibutz Tuval al norte de Israel.
“Hoy la gente ha vuelto a su rutina como si nada ha pasado. Es como un borrón y cuenta nueva”, menciona a EXPRESO y asegura que la serenidad y adaptación de los israelíes de vivir en medio de guerras, la sigue sorprendiendo aún después de 14 años de residir en ese país.
Ya son dos años de vivir una guerra escalonada y pues ya saben de memoria cómo y dónde correr y hasta cómo entretenerse en los refugios antibombas.
“Cuando el ataque viene de un país como Irán, que está más lejos, la alerta de que estemos preparados llega con 20 minutos de anticipación, pero cuando se trata de ataques desde Palestina, que está muy cerca, tenemos solo unos segundos”, recordó a este medio Yosef Dolbur, un israelí de 40 años.
Y es que la arquitectura del miedo está presente en sus vidas desde el inicio de la nación en 1948. Tanto así que es obligación construir una vivienda, un edificio, hospital o escuela con su respectivo refugio antibombas, de acuerdo a la Ley de Defensa Civil de Israel, que puede ser subterráneo o un Mamad (cuarto seguro).
“Para los israelíes la guerra es algo normal, ni siquiera se desesperan y todo lo hacen ordenados. Y cuando hay tiempo suficiente, hasta van y compran tranquilos en el supermercado”, añade Iskayev, quien trabaja en ese país como reflexóloga (medicina holística).
En Israel viven alrededor de 9,5 millones de personas y hay más de 1 millón de cuartos diseñados para resistir misiles, ataques nucleares y hasta bombas de racimo, porque además de los domésticos, el Gobierno ha creado búnkeres colectivos y móviles para que incluso las personas sin hogares y las mascotas puedan protegerse.
Con cada amenaza, la preocupación se centra en los grupos más vulnerables: los adultos mayores y los niños. “Mis papás viven en el tercer piso de un edificio, para ellos que tienen 76 años de edad, es difícil bajar y correr al refugio, no pueden hacerlo”, cuenta también Yaron Leo Cohen, quien vive en un departamento en el centro de Tel Aviv, con su familia.

En cuanto a los niños, si bien ya están acostumbrados, el susto a veces golpea en sus emociones. “Mis hijos lloran cuando les explicamos que no pueden ir a la escuela porque debemos protegernos de los misiles. Por eso en los refugios comparto tiempo con ellos jugando videojuegos”, añade Leo Cohen.
La estancia en los búnkeres va de 40 a una hora y media. Tiempo en el que algunos juegan, otros conversan y ríen, pero hay quienes no paran de llorar. “Cuando alguien en el interior del búnker llora del miedo, el resto nos acercamos y le decimos que estamos juntos en esto, que nos tenemos el uno al otro”, expresa el ciudadano israelí.
“El tiempo en el búnker lo veo como una oportunidad para compartir con mis hijos. De todos modos, estar con ellos ahí es lo único que puedo hacer para mantenerlos seguros”, añade Dolbur, quien también es padre y reside en el kibutz Haogen, a 30 minutos de Tel Aviv y a 40 de Haifa, dos ciudades de ataques directos en cada conflicto.
La población ha vuelto a su rutina, después de resistir 548 misiles que dejaron 28 muertes y varias destrucciones, en 12 días. Sin embargo, pese a tomar el control de sus días, permanecen atentos, ya que, como dice Sofía, “aquí todo puede cambiar en cuestión de minutos y hay que volver al refugio”.
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