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La guerra Irán-Israel suma más de 600 muertos.EFE

Guerra Irán-Israel: ¿Qué sucede en las zonas periféricas del conflicto?

Este no es solo un conflicto entre dos potencias. Es también un reflejo del nuevo equilibrio que se impone en Medio Oriente

La escena recuerda, por momentos, a un partido de tenis de alto riesgo, en el que Irán e Israel intercambian misiles y drones con creciente intensidad, mientras Siria, Irak y Líbano se encuentran en el medio de la cancha, no como jugadores, sino como receptores involuntarios de cada pelota mal lanzada. No hay público que aplauda, no hay árbitro imparcial, y las gradas son barrios enteros que tiemblan cuando la jugada cae fuera de la línea.

Pasado el primer impacto visual, lo que se revela es un reacomodo estratégico más profundo en Medio Oriente, donde los antiguos corredores de armas y retaguardias de milicias están optando por la contención y la defensa, antes que por la complicidad activa pues al parecer el levante ya no es el patio trasero de Iran ni su línea de defensa.

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Siria, por ejemplo, ha comenzado a interceptar cargamentos de cohetes iraníes destinados a Hezbolá, e incluso ha protagonizado enfrentamientos con facciones alineadas con Teherán en su frontera occidental. Esta conducta, impensable hace apenas un año, se explica por el colapso del régimen de Bashar al-Assad y el surgimiento de una administración transitoria más preocupada por recuperar el control interno que por participar en una guerra ajena y que disfruta de una renovada popularidad internacional a pesar de su origen islamista moderado.

El dilema de Irak

Captura de video tomada de la cuenta en X @netanyahu del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, durante una alocución.

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Irak atraviesa un dilema similar. Aunque su territorio continúa siendo utilizado por milicias proiraníes, el gobierno central ha incrementado los esfuerzos por interceptar drones y evitar que su espacio aéreo sea utilizado como canal de ataque hacia Israel. La razón es clara: ningún liderazgo sensato desea que el país vuelva a convertirse en escenario de represalias. Irak actúa, más que por alineamiento, por necesidad de preservar la relativa estabilidad que ha costado años recuperar.

En Líbano, la situación es aún más frágil. Hezbolá —por décadas el brazo operativo de Irán en el Levante— se encuentra en uno de sus momentos de mayor debilidad política y logística. El bloqueo sirio a los corredores de armas, los ataques sistemáticos y espectaculares de la inteligencia israelí y el rechazo creciente de sectores libaneses a nuevas aventuras militares, y la presión internacional por su desarme han reducido significativamente su margen de acción. En términos prácticos, la organización no puede responder a Irán con la misma contundencia de antaño.

En este contexto, el aislamiento regional de Irán es cada vez más evidente. Si bien mantiene cierta retórica de resistencia, los hechos muestran que el mundo árabe ha optado por una postura de neutralidad estratégica que, en la práctica, lo aleja de Teherán. Países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Omán o Bahréin observan el conflicto con atención, pero también con recelo. A ninguno le conviene una Irán nuclearizada, no solo por la amenaza militar directa, sino por el potencial desequilibrio que generaría en el orden regional algo que Israel entiende mejor que nadie.

El programa nuclear iraní no es visto como una garantía de defensa, sino como un factor de desestabilización. Las monarquías del Golfo, enfrentadas ideológicamente al chiismo revolucionario iraní, temen que un Irán con capacidad nuclear arrastre a la región a una carrera armamentista, debilite sus alianzas con Occidente y fortalezca a los actores no estatales que desestabilizan sus propios territorios.

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 Este rechazo no se expresa en declaraciones públicas encendidas, sino en gestos diplomáticos, controles fronterizos más estrictos, y una clara ausencia de solidaridad operativa. Si antes Irán podía contar con una red regional que lo respaldaba, hoy observa cómo sus antiguos aliados adoptan una política de contención pragmática, presionados por sus propias poblaciones y por el temor a un conflicto regional de gran escala.

Mientras tanto, las poblaciones civiles de Siria, Irak y Líbano pagan el precio del fuego cruzado. Los daños colaterales, los incendios, los muertos invisibles y el agotamiento social configuran un escenario donde la geopolítica se mezcla con la desesperanza. Los gobiernos lo saben. Por eso, actúan más por prudencia que por fidelidad.

Este no es solo un conflicto entre dos potencias regionales. Es también un reflejo del nuevo equilibrio que se impone en Medio Oriente, donde la moderación táctica se convierte en herramienta de supervivencia, y donde el verdadero poder no lo ejerce quien lanza más misiles, sino quien evita que la región arda.

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