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Prestigio. Una vista del hotel “Vermelho”, propiedad del diseñador francés Christian Louboutin, uno de los primeros personajes en descubrir la región.AFP

El turismo de lujo atrapa a Comporta

Este sector del suroeste de Portugal atrae a una clientela adinerada en busca de naturaleza, privacidad y bienestar

Sobre los pinares y las dunas que bordean playas casi desiertas del suroeste de Portugal, asoman las grúas que construyen nuevos hoteles de lujo. La imagen ilustra la transformación de Comporta como un nuevo refugio paradisíaco para celebridades y turistas adinerados.

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Este lugar de vacaciones llamó la atención de personalidades como la actriz Nicole Kidman o la princesa Carolina de Mónaco, lo que le llevó a ganarse el apodo de “la nueva Riviera portuguesa”. Incluso se la ha comparado con los Hamptons, la exclusiva costa situada cerca de Nueva York.

Símbolo del “lujo relajado”, Comporta atrae a “una clientela adinerada en busca de naturaleza, privacidad y bienestar”, resume la consultora Knight Frank en un informe reciente.

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A una hora en auto al sur de Lisboa, figura entre los cinco mercados residenciales de lujo más buscados del mundo, según un ranking publicado a finales de septiembre por esta consultora inmobiliaria internacional.

Entre las primeras personalidades en descubrir su encanto estuvo el diseñador francés Christian Louboutin, famoso por sus zapatos de suela roja, quien abrió aquí su propio hotel.

El establecimiento se sitúa en el corazón de Melides, un pequeño pueblo rural con calles estrechas, chimeneas blancas y casas con puertas y ventanas enmarcadas en azul.

La princesa Eugenia, sobrina del rey Carlos III de Inglaterra, reparte su tiempo entre Londres y Portugal, atraída —según explicó— por la sencillez de la zona.

“Puedo ir al supermercado en ropa deportiva, con el cabello despeinado, y a nadie le importa”, indicó en 2023 en el podcast Table and Manners.

Defensores del medio ambiente

Pero para algunos habitantes de la región y defensores del medio ambiente, este éxito esconde también un lado oscuro.

“Hemos cartografiado ocho megaproyectos, cada uno cubriendo cientos de hectáreas”, alerta la bióloga Rebeca Mateus.

Esta integrante de la asociación Dunas Libres denuncia, entre otros aspectos, el alto consumo de agua que esto provocaría en una región amenazada de forma crónica por la sequía.

A la organización también le preocupan los “daños irreversibles” en las dunas, un hábitat frágil y de lenta regeneración, explica a la AFP Catarina Rosa, miembro del mismo colectivo.

El origen de la transformación de la zona se remonta al colapso de una dinastía de banqueros portugueses, los Espírito Santo, tras la crisis de la deuda de 2011.

Esta familia era hasta entonces la única propietaria de la Herdade de Comporta, una finca agrícola de más de 12.000 hectáreas.

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Tras la quiebra del Banco Espírito Santo, los propietarios vendieron extensas parcelas de la finca a promotores inmobiliarios, que multiplicaron los proyectos de residencias privadas, complejos hoteleros y campos de golf.

Estas inversiones están impulsadas por grupos portugueses, como el de la familia Amorim, el grupo Vanguard Properties del francés Claude Berda o incluso el estadounidense Discovery Land Company.

Este último desarrolla el proyecto Costa Terra Golf and Ocean Club, con cerca de 300 villas de lujo.

Entre la población local, algunos aprovecharon este entusiasmo para vender sus pequeñas propiedades por cantidades irresistibles. Otros muestran preocupación por el alza de los precios inmobiliarios, que amenaza su modo de vida.

“Una pequeña casa, que valía 20.000 euros (unos 23.000 dólares) hace veinte años, hoy vale un millón”, cuenta a la AFP Jacinto Ventura, agricultor de 42 años y presidente de una asociación local en Melides.

Los habitantes se quejan asimismo de los crecientes obstáculos para acceder a las playas, teóricamente públicas, así como del aumento del costo de vida, especialmente en los pequeños comercios locales.

Mientras algunos se resignan a abandonar la región, otros intentan resistir.

Belinda Sobral, una exingeniera de 42 años, retomó la taberna de sus abuelos en un pequeño pueblo un poco más hacia el interior, en el municipio de Grândola.

“El turismo no es el problema, es la forma en que se ha hecho: demasiado rápido, sin plan ni respeto por la gente de aquí”, lamenta esta madre de dos hijos, que lleva un delantal rojo.

“Quiero preservar la identidad del lugar”, asegura. “Sin memoria, Comporta se convertirá en otra Ibiza, una estación balnearia como tantas otras”.

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