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Un habitáculo construido en Florida en 2012, después del impacto que dejó el huracán Andrew. SONIA OSORIO / efe

Andrew, el huracán que hace 30 años cambió a la Florida para siempre

Hubo 65 víctimas, 1,4 millones de hogares sin electricidad.  Se aprendió la lección y a tomar en serio estos fenómenos.   Ningún experto anticipó nada

El paisaje de desolación que dejó el huracán Andrew aquel 24 de agosto de 1992 fue el despertar del sur de Florida a una pesadilla: 64.000 casas reducidas a escombros, 65 muertos, más de 1,4 millones de hogares sin electricidad y, desde entonces, la lección aprendida de que los huracanes deben tomarse muy en serio.

Fue una tranquila temporada ciclónica la de ese año. De hecho, solo se formó un huracán de categoría mayor; pero ese fue Andrew, que se abatió en la madrugada del lunes sobre el condado floridano de Miami-Dade convertido en un monstruo de categoría 5 con vientos máximos sostenidos de 165 millas por hora (265 km/h.) y rachas de hasta 175 mph (280 km/h).

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El ‘Big One’, como se le denominó entonces, causó más de 27.000 millones de dólares en daños, la gran mayoría en la parte sur de la zona metropolitana de Miami, en su momento el más costoso desastre natural registrado en Estados Unidos.

Hasta Andrew habían transcurrido 27 años sin que ningún huracán impactara directamente en el sur de Florida, por lo que “gran parte de la población no tenía mucho conocimiento sobre los peligros que representaban los huracanes”, dice Robert Molleda, meteorólogo coordinador de alertas del Centro Nacional de Huracanes (NHC) de Miami.

Después de Andrew, subraya Molleda, “la diferencia en la consciencia sobre los huracanes fue muy notable y la población del sur de Florida tomó más en serio” estos fenómenos devastadores y la necesidad de estar preparados con antelación.

En descargo de la responsabilidad de la población hay que señalar que “las preparaciones se realizaron en el último momento debido al rápido desarrollo del huracán y los pronósticos más limitados de la época”, añade.

Andrew comenzó siendo una simple onda tropical a mediados de agosto localizada al este de las Antillas, en el Atlántico, sin mayor peligro. Todo indicaba a los expertos que su vida iba a ser corta, a punto de deshacerse días después enfrentada a vientos cortantes y una atmósfera no propicia para su desarrollo. Pero el fenómeno meteorológico, frente a todo pronóstico, se recobró y encontró en su avance una suerte de ‘oasis’ sobre una zona de aguas muy calientes, escaso viento y humedad alta, unas condiciones que permitieron su rápida evolución.

El 23 de agosto Andrew era ya un pavoroso huracán de categoría 5, la máxima en la escala de intensidad Saffir-Simpson, apuntando directamente a la costa este de Florida.

Ningún experto anticipó que en nueve días una irrelevante perturbación tropical deviniera en un huracán, y menos que pudiera alcanzar la categoría 5.

Molleda, nacido en Miami, fue testigo excepcional de la embestida del huracán Andrew.

Los expertos dicen que hay que bajar la guardia, ante la entrada en el ‘pico’ de la temporada ciclónica (septiembre y octubre), que puede traer un ‘rápido incremento de la actividad’ de la actual, hasta ahora, tranquila temporada. Andrew, sin duda, no fue tan letal como el huracán de 1928, que se cobró la vida de 2.500 personas en la zona del lago Okeechobee, en el centro de Florida, o tan costoso como Irma, que en 2017 causó daños por valor de 50.000 millones de dólares. Pero Andrew marcó un antes y un después en la vida de la población de Florida.