Un mundo de justicia y paz
No siempre es la cercanía a los sucesos una situación generadora de criterios objetivos. Sería deseable poseer tal capacidad en relación a los que cotidianamente se emiten.
Por eso se acostumbra alejarse de los acontecimientos para, al menos en apariencia, no juzgarlos bajo el efecto de las pasiones.
Sin embargo, en el ejercicio del periodismo, por ejemplo, aunque se recomienda la objetividad posible, bien se sabe que ello constituye apenas aspiración recomendable. Más aspiración todavía, cuando se escriben artículos de opinión. En ellos no únicamente se informa. Se emiten puntos de vista y con mayor énfasis en el caso de los editoriales, que en síntesis son la opinión del diario sobre los sucesos de mayor trascendencia.
El preámbulo precedente se hace necesario como antecedente para hacer notar la justificada preocupación nacional por el contenido de la oración fúnebre pronunciada por el primer mandatario del Ecuador en los actos de homenaje a Fidel Castro recientemente cumplidos en La Habana.
Sin entrar en la valoración del recién fallecido personaje cubano, que le compete más a su pueblo que a terceros, ha generado disgustos que el régimen caribeño se ponga como ejemplo a seguir y menos todavía si se aspira construir un mundo de justicia y paz.
Partiendo de que en el origen de la actual situación de Cuba está el derrocamiento de un dictador corrupto, hecho que el continente y el mundo apoyaron y aplaudieron, la deriva del mismo está marcada por flagrantes violaciones a los derechos humanos que luego del triunfo de la revolución se volvieron injustificables, al igual que la dilatada permanencia en el poder, sustentada en elecciones ajenas a toda norma democrática.
Pero peor que eso, es que a la sombra de las glorias de origen han surgido en América Latina toda una serie de mistificaciones y estereotipos que, en la práctica han devenido en cortina de humo seudoideológica destinada a sostener aberraciones tanto o más dañinas que las que pretendieron superar, tal cual, desgraciadamente, continúa ocurriendo en muchos países de la región.
El sufrimiento del hermano pueblo de Venezuela, por ejemplo, no es precisamente lo que sería deseable haber logrado como producto de la creación revolucionaria del lejano arquetipo del hombre nuevo que plantea la utopía marxista.