Multilateralismo vs. rivalidad China-EE. UU.

La rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China plantea un fuerte desafío a las organizaciones internacionales, hoy en riesgo de convertirse en meros peones de una de ellas. Está por verse si las instituciones multilaterales pueden conservar un papel en la facilitación de una cooperación internacional.

El conflicto sino-estadounidense está reemplazando las reglas acordadas mundialmente, con el ejercicio de la fuerza a medida que cada uno lucha por el acceso a recursos y mercados. El reto es contener la guerra comercial, que tendría efectos devastadores en otros países. Por desgracia, el actual sistema de reglas ya se está desgastando.

El mecanismo de solución de disputas de la Organización Mundial de Comercio está paralizado por la negativa de la administración Trump a permitir nombramientos a su órgano de apelación. Para salir del ‘impasse’ serán precisos un pensamiento creativo y una serie de acuerdos más específicos para insuflar vida al sistema. Otras organizaciones multilaterales también deberán reconsiderar sus estrategias.

Con independencia de si las grandes potencias se encuentren en conflicto, el mundo necesita desesperadamente mecanismos para facilitar la cooperación en temas como cambio climático, biodiversidad, infraestructura transfronteriza y regulación de las nuevas tecnologías. Las organizaciones internacionales pueden ofrecer un espacio de debate para esos asuntos, permitiendo compartir información y llegar a soluciones comunes. Y jugar un papel crucial como monitores neutrales de las reglas acordadas previamente, reduciendo la tentación de que algún país haga trampa o emprenda medidas unilaterales de suma cero de las que solo salen ganadores y perdedores.

Para facilitar la cooperación hacia objetivos en común, las organizaciones internacionales se tendrán que renovar. Por ej.: el Banco Mundial podría crear nuevos instrumentos para abordar retos regionales y globales, en lugar de seguir atado a préstamos a países individuales, y podría deshacerse del peso ideológico que impide a ciertos países abrazar su enfoque de Evaluación de las Políticas e Instituciones Nacionales.

Más que otorgar préstamos a países pobres de modos que amplifican los sesgos de los mayores donantes bilaterales del mundo, el banco debiera identificar áreas desatendidas y asegurar un equilibrio en la financiación global para el desarrollo. También deberá actualizar su estructura de gobernanza para dar a China y a EE. UU. una sensación de involucramiento e influencia.

Resulta imperativo que la rivalidad sino-estadounidense no haga estallar una guerra. La historia enseña las trágicas consecuencias cuando los líderes definen a sus rivales como enemigos y azuzan los resentimientos nacionales para obtener ganancias políticas personales. Esta tendencia se puede advertir tanto en China como en EE. UU. Para contener la nueva competición estratégica, las potencias rivales, junto con el resto del mundo, deberían imitar el foco de la Guerra Fría en acuerdos específicos con objetivos puntuales, en lugar de intentar crear nuevas reglas de aplicación amplia.

Las organizaciones multilaterales como OMC y Banco Mundial podrían desempeñar un papel importante para mediar en tales acuerdos, pero solo si sus autoridades respectivas son valientes y creativas, y cuentan con la venia de los gobiernos que las sostienen.

El conflicto sino-estadounidense ya está reemplazando las reglas acordadas mundialmente, con el ejercicio de la fuerza a medida que cada uno lucha por el acceso a recursos y mercados’.