
Muisne, entre los escombros y el abandono
Las clases solo fueron suspendidas en Manabí y Esmeraldas, pero la jornada educativa fue irregular ayer en Santo Domingo de los Tsáchilas. El nerviosismo por las réplicas generó muchas ausencias en los planteles, corroboró Paola Solórzano, directora de
La arena invadió la calle Vicente Rocafuerte, frente al parque central de Muisne, en Esmeraldas. El lodazal formó pequeños montículos a lo largo de la avenida.
Pocas personas circulan por allí. Muchos pobladores salieron de la isla tras el terremoto y las réplicas. Ayer, Jimmy Palomino, morador del poblado, señalaba con su mano las grietas en los adoquines de la vía. Por allí, salió agua, tras la réplica sísmica de 6,8 grados, ocurrida a las 02:48 del miércoles.
El hombre, de 43 años, calzaba sandalias y caminaba despacio. Contó a EXPRESO que el agua brotaba del suelo como una pileta, pero no tenía nada que ver con las alcantarillas.
“Esto no ha pasado anteriormente. La tierra está como gelatina por el movimiento. Si continúa así, posiblemente, puede hundirse”, razonó don Jimmy.
Eduardo Proaño, alcalde del cantón, aseguró que se está conversando con las autoridades competentes para analizar el estado de la zona. “Se debe hacer una revisión de la isla, para que nosotros, como municipio, tomemos decisiones”, dijo. Según él, este problema se ha presentado cuando hay aguajes, aunque en menores cantidades.
En Muisne, después de los nuevos movimientos telúricos del miércoles, colapsaron 11 viviendas y hubo nueve personas con golpes. Para evitar tragedias, la población fue evacuada otra vez.
Entre quienes peregrinaron desde la isla hasta los albergues está Mariela Gracia, de 54 años. Ella tiene una propiedad en el barrio Bellavista, a la orilla de una playa. Salió apurada la madrugada del miércoles.
“Regresé a mi casa luego del terremoto, pero con esto me tocó salir”, contó. Ayer, ella entró a su casa de madera solo para guardar la vajilla: no quiere que se rompa con otro remezón.
En su puerta está un sello verde que colocó el Ministerio de Vivienda después de analizar la infraestructura. Eso quiere decir que la vivienda es habitable pero ella ya no quiere vivir allí.
Otras viviendas vecinas tienen un distintivo rojo: no pueden ser habitadas. A las que tienen el sello amarillo se puede ingresar con precaución.
Es el caso del inmueble de Mayra Saad, hija de doña Mariela. Las bases de su casa están torcidas. “No hemos venido desde que ocurrió el terremoto y no pensamos regresar”, afirmó la mujer de 24 años. A ellos, además, les robaron sus cosas durante la emergencia por el terremoto.
Ayer, Mayra y su madre se alistaban para retornar a la casa de acogida, en una zona denominada Palma Junta. Están allí desde hace más de un mes.
Para llevar su ropa y otras pertenencias, contrataron a Vicente Vilela, de 40 años. Él hace fletes con su tricimoto roja.
El hombre llegó al muelle de Muisne para cruzar a la isla y ‘echar un ojo’ a su casita. Además, la idea era hacer carreras a los habitantes que deseaban sacar sus pertenencias.
“Toca rondar porque, sino le saquean la casa”, confesó el mototaxista. Él también está en un albergue junto a su esposa, en El Salto.
“Nos fuimos allá por miedo al nuevo sismo”, contó. En el cajón en el que transporta a sus pasajeros, llevaba a sus perros ‘Joen’ y ‘Rufo’. Ambos canes estaban adormitados por el calor y el hambre. Su dueño se lamenta porque las donaciones de comida para los animales han disminuido. Ahora, debe gastar de su bolsillo para alimentarlos, dijo.
En las calles de la isla hay pocos moradores. Van a chequear sus propiedades. En la tarde y noche, ellos vuelven a los albergues.
En el centro del parque todavía permanece la cabeza destrozada de una estatua de Jesucristo que se cayó el 16 de abril. “Al menos se debería arreglarlo”, dijo Vilela antes de seguir su camino en busca de nuevos clientes.