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Abelardo García Calderón | Educar para el bien común

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El reto es duro, pero debemos ir por él. Solo así construiremos barrios, ciudadanía, nación

No podríamos entender ni definir a las gentes de estos tiempos sin considerar el peso abrumador de los signos que van marcando este primer cuarto de siglo: la inolvidable pandemia, la presencia invasiva de la tecnología y el descuido y hasta olvido de valores, principios, y de la misma fe.

La innombrable nos llenó de miedo, nos encerró en nuestras casas y nos desconectó fuertemente de todo lo social. Nos empujó y condenó a un viaje hacia nuestro interior; nos llevó a ensimismarnos, o a pensar solo en cada uno de nosotros y nuestra salvación.

La tecnología, que abruma con su omnipresencia, nos lleva a la posición egoísta y controladora de las pantallas y los artilugios electrónicos, que terminan ejerciendo dominio sobre nuestros horarios, atención y hasta en nuestras decisiones.

En ambos casos, el ser humano de nuestros tiempos se condenó a la soledad y ha perdido contactos con la vida pública. Se llenó de temores frente al encuentro personal y solo se reconoce como individuo que, sobreviviendo, busca satisfacciones aquí y ahora, para justificar su presencia en el mundo y llenarse de lo que quiere entender como felicidad.

Lo práctico vence a lo teórico; lo concreto, a lo abstracto; la forma, al fondo; el éxito presente, al futuro ignoto. De ahí que cueste tanto formar el día de hoy: principios y valores saltan por el aire, el reconocimiento del otro me cuesta y molesta, y solo pienso en mí y en mi satisfacción personal.

Por todo lo dicho, cuesta tanto a los estudiantes y ciudadanos de hoy pensar en el bien común, entender que hay otro que existe, que también tiene derechos y necesidades que resolver.

No se sabe ceder ni conceder; no se entiende lo que es resignar en beneficio de un tercero; no conmueve el pedido de ayuda ni la necesidad que pide solidaridad, y cuesta tanto racionalizar que un ‘nosotros’ puede estar sobre el ‘yo’.

El reto es duro, pero debemos ir por él. Solo así construiremos barrios, ciudadanía, nación. Y esto ha de comenzar en el aula, en la escuela, en el vecindario y en todo lo que nos obligue a mirar a aquellos con los que compartimos el mundo.