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Carlos Andrés Vera | Kirk no odiaba

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El odio busca deshumanizar y anular al contrario, mientras que el debate lo reconoce como interlocutor

Empieza a circular una narrativa sobre el asesinato de Charlie Kirk: que murió víctima del odio que él supuestamente promovía. Esa conclusión es falsa y maligna. Es un macabro acto de distorsión: culpar al asesinado por su propio asesinato. Desmenucemos el tema con detalle.

Kirk se hizo famoso por sus giras en universidades estadounidenses. Defendía una visión conservadora, anti-‘woke’, alineada con lo que él llamaba el “American Way of Life”: libertad de expresión, valores occidentales, cristianismo. Su vehículo fue él mismo: no manejó ‘trolls’, no organizó grupos violentos, sino que se lanzó a la palestra pública con una puesta en escena de diálogo directo entre él y sus antagonistas. Kirk se paraba frente a estudiantes, abría un micrófono, discutía en vivo. Y aquí lo esencial: ese es un ejercicio de diálogo, no de odio.

El odio busca deshumanizar y anular al contrario, mientras que el debate lo reconoce como interlocutor. Kirk dialogaba. Sí, a veces con prepotencia, casi siempre con frialdad y crudeza. Seguramente también, como es natural, con errores o contradicciones. Pero eso es lo normal en un ejercicio tan radical de exposición pública. Kirk no iba armado con otra cosa que su postura ante el mundo, y era muy efectivo para comunicar sus convicciones. Eso no es violencia.

Violencia es la forma en que lo silenciaron. Odio es la celebración repugnante de su asesinato que hemos visto en redes sociales, la burla ante su cadáver aún caliente. Macabro. Acabamos de presenciar el asesinato en directo, ante miles de testigos, del activista civil más influyente del conservadurismo estadounidense. Esto no ocurría desde los años sesenta, cuando fueron asesinados líderes sociales en plena lucha por los derechos civiles.

Un hecho así de telúrico puede marcar un antes y un después. Puede -ahora sí- desatar odio, ira y más violencia. Esto nos obliga a mirar de frente el vacío que queda cuando el diálogo es interrumpido por balas. Kirk, con sus posturas radicales y todo, creyó en debatir, en confrontar ideas, en darle espacio al antagonista. La única salida civilizada para superar este momento es multiplicar el diálogo que él encarnaba.

Estamos en una era en la que necesitamos más diálogo que nunca. Si el debate público se interrumpe con balas y no lo condenamos, abrimos la puerta a los horrores que evocan la peor versión de la especie humana.