Iván Baquerizo | La casa dividida

Lo más grave es que estos liderazgos alimentan fanatismos con mentalidad de rebaño. Multitudes sin discernimiento
Al aceptar su nominación al Senado por Illinois en 1858, Abraham Lincoln pronunció su famoso discurso La casa dividida, basado en el Evangelio de Mateo: “Toda casa dividida contra sí misma no perdurará”. Lincoln denunciaba la fractura de un país desgarrado por la esclavitud. Más de siglo y medio después, esa advertencia seguiría vigente.
Hoy, en el mundo entero, la polarización ha dejado de ser el debate de ideas para convertirse en trincheras irreconciliables. Los políticos aplican la máxima de Julio César: ‘divide et impera’. Los charlatanes anteponen sus intereses a los ciudadanos y poco les importa el daño que causan. Cuando la sociedad se quiebra, el fanatismo convierte la discrepancia en odios que abandonan la razón. La historia lo demuestra: Hitler con el Tercer Reich, Stalin con los Gulags soviéticos o Chávez con su socialismo del siglo XXI. El patrón es siempre el mismo; un líder mesiánico + una masa acrítica = un resultado devastador.
La reciente noticia del asesinato de Charlie Kirk, figura del conservadurismo norteamericano, es un síntoma brutal de esta enfermedad. Una sociedad partida no solo pierde cohesión interna, sino también liderazgo externo. Y si la superpotencia que encabeza el hemisferio libre tambalea en casa, su órbita sobre el resto del mundo también se debilita.
Aquello no es un fenómeno ajeno. En Ecuador, la polarización se ha convertido en estrategia deliberada de poder. La lógica es perversa; dividir para reinar. La confrontación sustituye al debate, la descalificación a la idea y el insulto a la propuesta. Como advertía Aristóteles, “el exceso de extremos opuestos termina siendo la causa de la ruina de las ciudades”. Hoy, basta mirar el discurso político cotidiano para notar cómo la polarización se ha vuelto un método, no un accidente.
Lo más grave es que estos liderazgos alimentan fanatismos con mentalidad de rebaño. Multitudes sin discernimiento, fácilmente manipulables, que actúan con servilismo militante. No hay pensamiento crítico, solo obediencia ciega. Y así, la política se degrada en un espectáculo tribal donde la razón desaparece y donde el síndrome Goebbeliano funde a los individuos en un sólido y macizo colectivo lacayo.
Hace unos días, en Madrid, asistí a una charla con un experto en geopolítica. Comprendí que no es un lujo de académicos, sino un GPS para países y ciudadanos. Esa brújula comienza con tres preguntas esenciales: ¿qué está pasando en el mundo?, ¿cómo me afecta?, ¿qué puedo hacer al respecto? Geopolítica no es teoría: en esas respuestas se juega el destino de las naciones.
Shakespeare lo expresó en Julio César: “La culpa, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”. Y el propio Jesús lo advirtió a los fariseos: “Toda casa dividida contra sí misma no perdurará”. La polarización es el recurso de un absolutismo maniqueo y manipulador.
Ortega y Gasset insistía en que “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Si los individuos somos incapaces de pensar críticamente sobre lo que ocurre, cómo nos afecta y qué podemos hacer, seremos víctimas de nuestra circunstancia. Y si no la salvamos con lucidez, no nos salvaremos nosotros.
¡Hasta la próxima!