Mi amigo Sixto

Compartir un buen habano acompañado de una copa de coñac, escuchar toda una disertación sobre música y tener una conversación que trasciende el tiempo, es una grata memoria de la amistad que tuve con quien eventualmente sería mi compañero de gabinete y de campaña, y también eventualmente presidente de la República.

Me referí a él alguna vez como a un “caballero de la política”. Un raro espécimen, extinguido hoy en tiempos de barbarie.

Su consigna, repetida en más de una ocasión, era que “para tener una pelea hacen falta dos” y ese no era su estilo. Logró la presidencia en el tercer intento, enfrentándose a otro amigo de mi temprana juventud. Sus discursos eran sencillos, usando el modo formal “vosotros” y evitando en todo momento las frases duras. Jamás escuché que profiriera un solo insulto. Era un creador: “el hombre que trabaja”. Por ese afán de trabajo, se mantuvo en la Alcaldía de Quito en tiempos de la dictadura militar, realzando la condición de la capital de la República. Estuve con Sixto en múltiples ocasiones, incluso cuando presidía sobre el Concejo Cantonal.

Alguien pudo haber pensado que era “manejado” pero lo que se escondía bajo su expresión permanentemente plácida, era una inteligente sagacidad y capacidad de lograr lo que se proponía. Mientras él transformaba a Quito, Guayaquil atravesaba por su época de oscurantismo y administraciones borradas con el paso de la historia.

León le encomendó su importante programa del Plan Techo. Tuvimos entonces la oportunidad de trabajar en equipo. Fueron años fructíferos durante los cuales me pude percatar de que era exigente y perfeccionista. Era impaciente también, y a ratos, cuando yo estaba obligado a cuidar el centavo, fue necesario que nos pusiéramos de acuerdo respecto de la mejor forma de atender sus pedidos. También fueron años de turbulencia económica: habíamos sufrido la destrucción de la infraestructura por los estragos de El Niño; teníamos una deuda externa que era mayor que el tamaño de la economía; toda suerte de distorsiones en el tipo de cambio y las tasas de interés, e inflación creciente. Enfrentamos una tenaz oposición política, y, para rematarlo todo, la caída del precio del petróleo, que llegó a los $6 por barril, seguida del terremoto de marzo de 1987, que destruyó el oleoducto. Mas, como equipo, perseveramos, y él pudo cumplir con las ambiciosas metas propuestas por el Gobierno.

Sobrellevó con extrema dignidad, mientras llevaba adelante su campaña presidencial, la enfermedad y posterior pérdida de su hija Tita. Demostró la misma dignidad en el ejercicio del poder, respetando la ley y a los adversarios. Enfrentó la agresión externa dando ejemplo de fuerza y determinación. Y sobrellevó las crisis políticas que derivaron en la pérdida de su vicepresidente, otro grato amigo, cuyo buen nombre y reputación han sido restaurados para bien de la República.

Se retiró del poder, volvió a su hogar, a su música, a su trabajo profesional, y al seno de la familia que hoy siente el vacío dejado por su partida. Por mi parte, soy afortunado de haber tenido como amigo a un señor que supo dignificar el ejercicio de la política, y por ello nos hizo mejores.

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