Ilusión. Pequeños y grandes llegaron hasta el estadio confiando en el ofensivo rioplatense.

Messi vio la luz al final del tunel

Registro. Con el tanto ante Nigeria, Lio suma seis goles en Mundiales (uno en el 2006, cuatro en el 2014 y uno en el 2018).

“Yo a Messi lo banco siempre, hasta cuando falló el penal. Lo es todo, él me representa en el mundo”. Tan claro como Nicolás Merel, un fanático bonaerense que caminaba por las inmediaciones del estadio de San Petersburgo, lo tenía la mayoría de hinchas argentinos. Messi iba a aparecer, la iba a “romper toda” para “darle vuelta a la torta” y acabar con las especulaciones y críticas de las últimas semanas. Y la rompió, pero luego se apagó.

Los miles de argentinos que han llegado a Rusia y que le han acompañado en Moscú, Nizhny Novgorod y San Petersburgo visten la diez. Es complicado encontrar otro número en cualquier elástica albiceleste. Él lo personifica todo para ellos y por eso “no se le puede echar ninguna culpa”, como aseguraba una hora y media antes del pitazo inicial José Corvalán, pintado con la bandera en sus mejillas y, como no, con el uno y el cero adornando su espalda.

La misma que porta Sebastián, a hombros de su padre, y flameando la bandera al escuchar los cánticos de los nigerianos. Confiaban en él. El crack rosarino, sin embargo, entró en la cancha del nuevo perdido.

En la primera que pudo intervenir, ofreciéndose entre líneas ante Enzo Pérez, se giró y no la quiso. La sensación fue la de los últimos partidos. Estaba perdido, desganado. O eso parecía. Porque solo cinco minutos después se activó presionando una salida por izquierda de los nigerianos y se destapó el tarro de las mejores esencias. Regresó Lionel Messi.

“Es el mejor del mundo, lo va a demostrar”, prometía Nicolás, que precisamente vivió el juego en la esquina en la que el zurdo corrió a celebrar su gol. Un tanto que borró cualquier duda que hubiese sobre él. Enorme control orientado en dos tiempos con muslo y pie izquierdo, tres zancadas y remate cruzado con su pierna menos buena. Corrió, se arrodilló y agradeció a Dios. Se liberó. Se prendió la luz del mejor del mundo, y cuando eso pasa Argentina deja de ser una decepción y se convierte en candidata de lo que Leo quiera.

“Vení, vení, cantá conmigo, que de la mano de Leo Messi, toda la vuelta vamos a dar”. Se prendió también el estadio de San Petersburgo, incluido Maradona, y desde entonces, y hasta el descanso, el rosarino mostró su mejor versión. Se asoció con Banega, regaló una asistencia en profundidad a Higuaín y soltó un latigazo al palo desde un tiro libre.

Pero las dudas quedan por su rendimiento en el segundo tiempo. Tras el tanto de Moses se escondió. Es ahí cuando más se le necesita y le cuesta asumir ese liderazgo en territorio ruso. Seguramente por eso lloró con el pitido final, porque sabe que estuvo a pocos minutos de despedirse para siempre de la selección, de este torneo y quizá del fútbol. En ese sentido, la mejor noticia que dejó ayer el triunfo argentino es que los amantes del fútbol seguirán disfrutando al diez. Un diez que ayer comenzó a ver la luz al final del túnel.