Memorias de Fidel

En enero de 1986, León Febres Cordero fue invitado por Fidel Castro para efectuar una visita de Estado en Cuba. La invitación fue la culminación de las gestiones del Embajador del Ecuador en La Habana, Manuel Araujo Hidalgo -el “omoto”- personaje histórico de la política nacional.

La visita revistió caracteres especiales por la posición ideológica de LFC, y porque sucedió en el mismo periplo en el cual, como parte de la delegación gubernamental, fuimos igualmente en visita de Estado a Washington DC. Recorrimos así los extremos del espectro ideológico y político del Hemisferio Occidental, en una experiencia inédita hasta el día de hoy.

Moverse con fluidez entre las antígonas del poder requiere líderes de estatura, y el Jefe de Estado del Ecuador fue recibido como un igual en ambos sitios. Desde el momento de aterrizar en Rancho Boyeros tuvimos la compañía del “Comandante” vestido de campaña, con su imponente figura de 1.94 metros, y el despliegue de poder omnímodo, evidente en todas las instancias de la visita. Fidel nos acompañó a los sitios de hospedaje oficial, mansiones localizadas en El Vedado, confiscadas a familias pudientes que tuvieron que huir de la Isla.

Me tocó, por mi condición de ministro allegado al presidente, estar en prácticamente todas las conversaciones entre los personajes. Por ello puedo dar fe de la inusual química que se formó entre políticos antagónicos. Castro, a quién hallé franco y directo, le expresó a León su respeto por “la valentía y el coraje” demostrados al aceptar la invitación, a punto seguido de visitar “el imperio”, evidenciando que era posible dialogar desde posiciones contrarias basándose en el respeto mutuo; que la cordialidad no tenía que condicionar el intercambio franco entre líderes, y que había puntos de convergencia en torno a resolver los problemas del desarrollo, y de las relaciones entre países pequeños. La posición ecuatoriana articulada por LFC, rescató el hecho que Cuba, país latinoamericano, no podía permanecer excluido del Hemisferio, y que la mejor forma de entendimiento era el diálogo entre iguales.

Pudimos recorrer la isla, visitar Cienfuegos, admirar la belleza de La Habana, caminar por las calles con Fidel, luego de colocar una ofrenda floral en el monumento a Eloy Alfaro, y expresar nuestros puntos de vista respecto de nuestra visión y entendimiento del desarrollo. Hubo reuniones interminables, y acuerdos incipientes de comercio y cooperación que permitieron una cercanía entre las dos naciones. Nuestras posiciones se mantuvieron incólumes, de la misma forma como lo ha hecho el irreductible castro-comunismo que ha mantenido a Cuba en un estado de catalepsia, indoctrinación, represión, y propaganda característicos del socialismo.

Fidel nos mostró su faceta amable, su alto grado de inteligencia y carisma. Los dos personajes mantuvieron una amistad cordial, incluyendo visitas posteriores de Fidel a su “amigo” político, de la misma forma como León lo hizo con Ronald Reagan y George Bush. Son, en retrospectiva, lecciones inapreciables de política que nacen de la escuela de la madurez y la inteligencia, cuando estas actúan en sincronización contra la estulticia de las ideologías.

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