No me coinciden los datos

Cuando ya hay precandidatos en abundancia es bueno empezar a reflexionar sobre la calidad democrática en el Ecuador: su estado actual y el deseable para nuestro país.

En mis más recientes charlas o conferencias, cada vez que lo considero pertinente, me gusta consultar al auditorio respecto a un tema que me inquieta; sin decir a cuál, les propongo: levanten la mano quienes entre ustedes estén afiliados a partidos políticos.

He tenido ocasiones en que nadie lo hace. Si en varios conglomerados que suman a lo largo de un año unos cuatrocientos consultados, la cifra de los afiliados no llega al 4 %. ¿Cómo es que se maneja el dato oficial de un 60 % de ciudadanos afiliados o adheridos a un partido político? ¿Será que a las reuniones que menciono solo asisten independientes?

Fausto Camacho, del Observatorio Ciudadano Electoral, está seguro de que ese número es falso e ironiza respecto a ser, con esa cifra, el país con mayor politización del mundo. De inmediato recuerda las denuncias respecto a falsificaciones de firmas destinadas a la inscripción de partidos políticos.

A mí me gustaría recordar que existen en el mercado político nacional quienes venden firmas al por mayor, lo que da lugar a casos en que un afiliado aparece como tal en varios partidos de tendencias contrapuestas.

En definitiva, es una necesidad urgente purificar las afiliaciones a los partidos, tanto como los padrones electorales en los que se dan grotescas inconsistencias. Ojalá, en la posibilidad de modificar las reglas del juego electoral se tomen en cuenta las incongruencias señaladas y, por supuesto, las inmoralidades posibles en lo relativo al financiamiento de la acción política.

Por de pronto, parece posible que se someterá a la decisión de la voluntad popular la existencia del aberrante Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, y existen propuestas de reforma al cuerpo de leyes designado como Código de la Democracia. Es de esperar que lleguen a tiempo. Parte del desencanto de las nuevas generaciones con la política, obedece a considerarlo todo como una gran farsa, donde se manipula la voluntad popular.