Luis Vernaza. Varios carros estacionados en una zona prohibida.

Quien madruga parquea

Se las ingenian para sortear los atascos, ahorrar plata y “pescar” una plaza gratuita en el centro de Guayaquil.

Se las ingenian para sortear los atascos, ahorrar plata y “pescar” una plaza gratuita en el centro de Guayaquil. Joe Alarcón y Jefferson Mera, trabajadores de una bodega, plantan su camioneta en la calle José De Luque y Benítez a las 07:30, cuando la ciudad aún bosteza. Saben que una hora más tarde, se cuelga el cartel de no hay entradas.

“El truco es madrugar. Venimos pronto para economizar los gastos. Pero a este lo sancionaron ayer”, se burla Joe mientras carga una escalera con su compañero.

Jefferson cometió un descuido de novato. Eran las 15:00 y “no había forma” de encontrar un hueco. De modo que ‘ancló’ el vehículo junto a la señal de una parada de bus. Ahora deberá abonar 36,6 dólares y perderá tres puntos en su licencia de conducir. “Si me toca pagar, aunque esté una semana sin comida, lo haré”, bromea resignado.

Fernando Delgado, empleado del banco Pichincha, sigue la misma estrategia que Joe y Jefferson. Aunque la entidad abre a las 09:00, sale de su domicilio antes de las 08:00. Pero él cuenta con un leal aliado en la calle Elizalde, que suele adelantarse para endulzarle el café de la mañana con una cucharada de tranquilidad. Se trata de un cuidador de carros, que le reserva una plaza a cambio de un dólar. Cuando aparece a bordo de su Datsun del 77, el vigilante retira dos conos y le extiende la alfombra. Todo tiene un precio: “Mi amigo es el secreto. Él me guarda el puesto y así pago menos que en un garaje”.

Los conductores más diligentes, como niños disputando una yincana, se enzarzan en frenazos, acelerones y adelantamientos imposibles. Un ojo en la calzada, otro en las veredas. Pero mientras libran su carrera, la mayor parte de los parqueaderos privados, que en unas horas apilarán autos como sardinas, están casi vacíos.

El único que ya se ha llenado se encuentra en la calle Juan Illingworth. Los empleados no son ajenos a las penurias económicas de muchos compatriotas. Por eso, quienes retiran sus vehículos a las 17:00 reciben un descuento de dos dólares. Pero los ocho que deben abonar siguen siendo una fortuna para aquellos que subsisten con 366 dólares al mes. “La crisis se nota”, asevera Luis Antonio Suárez.

El corazón de la urbe late frenético. Porque como acentúa a EXPRESO Freddy Granda, jefe de Planificación de Tránsito en la ATM, “el número de plazas no crece”, pero “sí el parque automotor” de Guayaquil, al que cada año se incorporan “entre 20.000 y 25.000 carros”. Y por si eso no fuera bastante, los empresarios “no invierten” en nuevos edificios de parqueo: “Dentro de lo que cabe, no es muy caro llevar el auto al centro, de modo que no recuperan mucho dinero”.

Sin embargo, está convencido de que el Puerto Principal tiene “suficientes” lugares para estacionar, de que el verdadero problema reside en la falta de “rotación”. Es decir, en el hecho de que muchos usuarios tienden a apalancarse en un mismo lugar durante horas. “Esos espacios están muertos”, sentencia.

A las 10:00, el garaje del hospital Luis Vernaza es un panal de llantas. Pero media hora antes, cuando salen los residentes que han terminado el turno de noche, la campa respira unos segundos. Entonces, la radióloga Marcela Veloz prueba fortuna. “Ahí surge alguna oportunidad, aunque en ocasiones he esperado treinta minutos”, afirma.

Al otro lado de la verja, familiares de pacientes reponen fuerzas en modestos comedores, allá donde unos diez taxistas y particulares, que permanecen dentro de sus vehículos, se apuestan en una zona prohibida. Una estampa que contrasta con la desnudez del estadio modelo Alberto Spencer, en cuya explanada se habilitaron 333 plazas para descongestionar el centro. “Ahora cobran 1,25 dólares la hora, de modo que apenas viene gente, salvo que se realice un evento”, subraya un guardia.

Más al norte, en la calle Luis Orrantia, detrás del World Trade Center, muchos conductores también ignoran la ley. En cinco minutos, una docena se sitúa en doble columna. Ni los bocinazos de quienes ralentizan el paso por su culpa los perturban. Solo huyen cuando el agente de la ATM Erick Arriaga clava sus botas en el asfalto. Pero uno no logra evitar la multa. “Es permanente. Quieren ir hasta la puerta por no caminar unos metros”, certifica el uniformado.

Erick desaparece a lomos de su motocicleta, y los carros regresan como hormigas al azúcar. Carlos Moncayo, asesor comercial, espera a un compañero. En su defensa, alega que hay “poco espacio” y que su situación económica no le permite recurrir a un garaje: “Si parqueas cinco horas en distintos puntos, hablamos de cinco dólares diarios. Es un valor importante”.

A su lado, también en doble fila, Leonel Álvarez, operario en una empresa de mantenimiento, mira el reloj. Su jefe se retrasa. Ambos a menudo utilizan la misma triquiñuela en sus recorridos por la ciudad. De lo contrario, las veinte paradas que efectúan de media por jornada les supondrían otros tantos dólares. “Así reducimos costos”, admite entre risas.

A escasos diez metros, en el parqueadero de enfrente, todavía quedan treinta plazas. Y en el situado en los sótanos del World Trade Center, el panorama es similar. Hasta en una calle perpendicular, la Justino Cornejo, se aprecian huecos libres. Tal vez por eso, Freddy Granda crea que el porteño peca de “cierta comodidad”.

Construir estructuras verticales con elevadores

Ante la escasez de inversores, Freddy Granda, jefe de Planificación de Tránsito en la ATM, apuesta por levantar estructuras verticales que, mediante elevadores, permitan estacionar unos veinte autos en pequeñas parcelas de los puntos conflictivos. Una solución más barata que la mera construcción de parqueaderos y que ya se utiliza en Estados Unidos. “Al ser móviles, quien alquila un solar luego puede transportarlas a otros lugares”, indica convencido.

Además, resulta prioritario fomentar “el uso del transporte público” y que los trabajadores de las zonas saturadas compartan auto para desplazarse a sus empresas: “Hay que evitar que cada uno llegue en su carro. Eso genera caos y un déficit de plazas”.

A su juicio, el sistema de pago fraccionado, implantado por ejemplo en el Puerto Santa Ana, es una “buena” alternativa porque estimula la rotación.

Fundación Malecón 2000 duplicó precios desde 2001

Desde 2001, las tarifas de los ocho parqueaderos que administra la Fundación Malecón 2000 se han duplicado. Hace 15 años, la hora o fracción se situaba en 0,65 dólares. Hoy, tal y como confirmó la entidad a este Diario, el precio es de 1,3, cinco centavos más que en 2014.

Pero María Luisa Barrios, vocera de la entidad, aclara que el incremento se debe a “la inflación” y al aumento de “los gastos operativos” de seguridad, mantenimiento, cámaras... También remarca que la subida se ha efectuado de forma escalonada, con el objetivo de no generar grandes perjuicios a los usuarios.

En la actualidad, la fundación gestiona 997 plazas, repartidas entre el malecón Simón Bolívar y el del Salado. De lunes a viernes, la ocupación media es del 73,3 por ciento; los sábados y domingos, del 84,7.