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La “posverdad” en politica

La “posverdad” en política

En su charla del lunes pasado, Mario Vargas Llosa narró cómo la izquierda denostaba y se mofaba sistemáticamente del liberalismo y de la derecha toda, hasta convertir a sus víctimas en simples “caricaturas” de una corriente política. Su palabrería le dio resultados: allanó su acceso al poder y permitió dar rienda suelta a una serie de discursos encubridores de su inagotable voracidad. Hoy, las cosas han dado un vuelco; su faz seudoprogresista se transformó en “caricatura” de una revolución ciudadana que pugna por aferrarse de cualquier modo a sus rentables privilegios. Parafraseando al mismo escritor, son caricaturas de sí mismos que irónicamente encajan en el conservadurismo que tanto vilipendiaron. Son los conservadores del momento que vivimos , causantes de la honda crisis que vivimos, apelando a la palabrería barata que ya no convence a sus seguidores de antaño. Los retrógrados de hoy resultan ser quienes, según el mismo Vargas Llosa, se valen de un cúmulo de “posverdades”, neologismo en boga que acostumbra asumir como verdad irrefutable una mentira y descartar realidades para sustituirlas con emotivas mentiras. Correa es la imagen viva de la posverdad en acción, olvidando que perseguir el esclarecimiento de un delito cometido es lícito y encomiable. No cabe conceptuarlo como persecución política. Las huestes que le quedan a Correa tergiversan esa acción de saneamiento social y vemos a la exasambleísta Espín, destituida de su curul por transgredir sus obligaciones , vibrar , emotiva y mentirosa, queriendo justificar su grotesca injerencia en la administración de justicia como un “acto humanitario”. ¿Para con quién? Solo Correa podía ser el beneficiario de ese humanitarismo que, correlativamente, implicaba la agravación de su propia condena a la sindicada Falcón si confesaba haber mentido al rendir su primer testimonio. Lo humanitario, además, responde a una emotividad que mueve a la solidaridad humana y genera una conducta que, en el caso de ella, conspiró contra la administración de justicia y violentó sus obligaciones como asambleísta. Su destitución era de esperarse y no entraña violación alguna de sus derechos humanos.

La “posverdad” de la asambleísta Espín quedó al descubierto y afortunadamente la ética prevaleció por encima de la palabrería sentimental. Sin embargo, hay palabras de las que no podemos prescindir y por cuya autenticidad debemos velar: ética y transparencia, maltratadas sin misericordia y que, si fueren observadas, marcarían la diferencia entre un buen y un mal gobierno, cualquiera que fuere su corriente ideológica.

Olvidar la ética obliga invariablemente a ocultar su inconducta y ha conducido históricamente a la violencia y al autoritarismo. El correato es su más reciente ejemplo y no se requiere de cirugía mayor alguna para que Moreno elimine los vestigios de esa excrecencia política que sobrevive a su lado. Las posverdades sobran y no es preciso apelar a nuestra riqueza idiomática para disfrazarlas. Hay síntomas de un sentimental pero malsano conservadurismo enquistado en su gobierno , cuya presencia ha hecho decir a algunos que “la fiesta sigue”.

Bastante ha sufrido este país escuchando que lo negro es llamado blanco y que una deshonestidad manifiesta debemos asumirla como honorable y progresista. Se requirió de una alta dosis de cinismo y no debe hacer escuela en los ecuatorianos.