Sin justicia no hay paz

El expresidente Correa “metió las manos en la justicia”. Y lo hizo luego de haberlo expuesto públicamente en uno de sus monólogos sabatinos. En ese momento no hubo reacción alguna por parte de persona o institución vinculada con la administración de justicia de nuestro país, lo que determinó que la función Judicial fuera manejada movida por los hilos del poder Ejecutivo, atentándose así contra el principio de la independencia de funciones. Como todo termina en la vida, nada es eterno, una vez que Correa cumplió su largo mandato de la década “ganada” (¿?) y asumió el mando Lenín Moreno, quien con su estilo le ha devuelto al país algo de calma y de tranquilidad, empezaron a asomar las evidencias de “la metedura de manos” en la justicia. Jueces que ante la opinión pública han demostrado con documentos las razones por las que fueron destituidos de sus funciones por no haber aceptado las imposiciones que les llegaron “desde lo alto” para que actúen conforme a esos designios. Igualmente han aparecido centenares de “e-mails” que demuestran las órdenes que se dictaban “desde arriba” frente a casos determinados que se ventilaban en los despachos judiciales. Ante este nuevo escándalo nacional, lo procedente es lo que se ha planteado en la Asamblea Nacional, un juicio político a los funcionarios que aparecen comprometidos en este asunto para que rindan cuentas al país de sus gestiones. La situación por la que atraviesa la función Judicial es tan grave que son oportunas las expresiones de Francesco Carnelutti, maestro del derecho, quien dijo: “Es momento de repetir que los hombres tienen ante todo necesidad de paz. Pero si no hay justicia es inútil esperar la paz. Por eso no debería haber ningún servicio público al que el Estado dedicara tanto cuidado como el que toma el nombre de proceso. La función Judicial, que es la más elevada del Estado, más que la Legislativa, debiera ser aureolada de veneración como lo está el sacerdocio. Desgraciadamente la multitud no venera ni al sacerdote ni al juez”. Quienes metieron las manos en la justicia debieron haber leído a Carnelutti. . .