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Jorge Edwards: “El enemigo del novelista es la familia”

Jorge Edwards te puede contar un drama sin mover un músculo. Impertérrito, ha pasado por las más significativas contradicciones de nuestro tiempo como si hubiera sido puesto ahí para contarlas.

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Jorge Edwards te puede contar un drama sin mover un músculo. Impertérrito, ha pasado por las más significativas contradicciones de nuestro tiempo como si hubiera sido puesto ahí para contarlas. Su vida en Cuba como enviado de Allende, su cercanía amistosa y profesional con Pablo Neruda, su trabajo en el servicio exterior chileno y la excéntrica biografía de algunos de sus más peculiares parientes han sido asuntos de su narrativa, por la que obtuvo en 1999 el premio Cervantes de Literatura.

Ahora ha encontrado en María Edwards, una tía suya, a su próxima protagonista.

Su nueva novela, ‘La última hermana’, publicada por la editorial Acantilado, es ficción tan solo en parte, pues la tía existió, fue una benefactora que salvó del hospital Rothschild de París a muchos niños judíos recién nacidos que iban a ser víctimas de la voracidad de los jefes nazis que habían invadido París.

Y no solo existió, sino que Edwards se hizo con multitud de elementos biográficos (cartas, fotos, testimonios, un diario) que le dan a esta historia el perfil de una obra mayor sobre lo que ocurrió de verdad, en su miseria trágica, en su dimensión más humana, en aquellos años en que el terror nazi heló la sangre de París y de Europa y convirtió en heroína a aquella chilena que llegó millonaria a Francia y volvió pobre a Chile.

No es el primer pariente en la bibliografía de Edwards.

Escribió también un libro sobre su tío Joaquín (El idiota de la familia, 2004), que era un escritor célebre.

“Con María fue distinto. Yo llegué a París en 1962, de último secretario de la embajada chilena. Ella había regresado a Chile dos años antes, pero en París se hablaba mucho de ella, porque tuvo mucha afición por la literatura, tuvo amistad con Colette, con Marcelle Auclair, incluso con los escritores nazis, con Ernst Jünger...”.

A Edwards le rondó la historia desde entonces. Cuarenta años después se encontró en Chile con la nieta de María. “Me dio detalles de aquellos niños salvados y de sus conversaciones con las autoridades judías de París, que estaban al tanto de la heroicidad de María. Y me llevó a una ceremonia en la Fundación Rothschild, donde rendían homenaje a quienes habían salvado a niños judíos de las garras nazis”.

Esa es la conversión que le interesó al novelista.

“La familia Edwards en Chile es una familia que tiene una raíz oligárquica, me decidí a reivindicar a una persona que la familia no quería rescatar. La familia me llegó a escribir una carta diciendo: ‘Jorge, ¿por qué no dejas descansar tranquila a María? No queremos ni saber del tema’. Todo porque era un tema de compasión y porque su última pareja, René, con el que fue a Chile, era muy incorrecto socialmente, no lo podían tolerar, primero por judío, segundo por republicano que escapó de España al final de la guerra y tercero por bisexual. Era un tipo muy gordo, muy simpático y muy inteligente que se suicidó en Chile”.

Esta ruptura con lo que unos quieren que se recuerde o no versus las virtudes y defectos del personaje es lo que Edwards captura en su obra.

“En el diario que guardan sus parientes descubrí detalles que uso en la novela: ella tomaba gin con ginger ale, tenía sus amores... Algo de eso evoco, lo que me supuso la reconvención familiar: ¡no digas eso! Eso confirma mi tesis de que el novelista tiene que romper con la familia. El gran tema de los novelistas es la familia. Y el gran enemigo, ¡la familia!”.