Israel: democracia iliberal

Otra vez Bibi. Tras aliarse abiertamente con un partido supremacista judío, racista, Benjamín Netanyahu consiguió un cuarto período consecutivo como primer ministro de Israel. Junto con los otros aliados de derecha de Netanyahu, la UPD ya respaldó una nueva ley que protegería al primer ministro de acusaciones formales por cargos de corrupción pendientes. La última elección parlamentaria en Israel consolidó el posicionamiento del país dentro de un creciente bloque de democracias iliberales en el mundo. Netanyahu ganó movilizando a la gente contra las mismas instituciones del Estado que supuestamente debería sostener y defender. Y parece que después de que consiguió la aprobación de una “ley del Estado-nación” que declara que el derecho a la autodeterminación nacional en Israel es exclusivo del pueblo judío, los ciudadanos árabes se cansaron de prestarle credibilidad a una democracia fingida. La elección puso particularmente de manifiesto que la izquierda israelí es un proyecto político en bancarrota. El Israel de Netanyahu se corrió tanto hacia la derecha que hoy el término “izquierdista” es un insulto. Carecieron del coraje para hacer frente a la demonización que hizo Netanyahu de los árabes israelíes como enemigos del Estado y se negaron incluso a considerar la formación de una alianza parlamentaria con los partidos árabes. En la cuestión árabe, los sionistas liberales cedieron al proyecto de Netanyahu de convertir a Israel en un Estado monopartidista y monorracial. Tampoco se discutió la dependencia de la improductiva comunidad ortodoxa respecto de subsidios estatales, que han crecido considerablemente durante su gobierno. Y en el tema espinoso que todos esquivan: la cuestión palestina, por temor a perder votos conservadores, los partidos de izquierda y centro no emitieron ni una declaración convincente sobre cómo encarar el mayor desafío existencial y moral que enfrenta el país. Las relaciones entre EE. UU. e Israel fueron otro tema clave del que casi no se habló en la campaña electoral. A nadie importó que la alianza de Netanyahu con Trump y los evangélicos estadounidenses le cueste a Israel perder el apoyo de una fracción creciente del ‘establishment’ del Partido Demócrata, o que su cheque en blanco a ortodoxos israelíes lo enfrente con la comunidad judía estadounidense (predominantemente liberal). Aquí también los oponentes de Netanyahu fallaron. Podían señalar que el objetivo de sus nuevas alianzas es anticiparse a la oposición internacional a sus planes de anexión de territorio palestino: en vez de usar la diplomacia israelí para buscar una solución aceptable, la explotó al servicio de su propia agenda chauvinista. Lamentablemente, la elección no deja dudas sobre lo que le espera a Israel en los próximos años. Una camarilla formada por amigos y familiares de Netanyahu, colonos racistas mesiánicos y partidos ortodoxos con planes oportunistas para aprovecharse del erario arrastrará a Israel hacia una nueva realidad de Estado único similar a la Sudáfrica del apartheid. Si queda algún consuelo, es que los partidos israelíes de izquierda y centro todavía representan colectivamente a casi la mitad del electorado. Un líder audaz y dispuesto a luchar por el alma de Israel podría prevalecer, pero solo aliándose abiertamente con los árabes israelíes. Es la mejor estrategia electoral y también lo correcto.