La insoportable invisibilidad del ser (mujer)

A veces, sentada en la mesa de algún restaurante cuando salgo a comer con mi esposo, me siento como un accesorio.

La felicidad de una cena divertida o una comida deliciosa se transforma en frustración. Para muchos meseros soy invisible.

En un local de comida mexicana, en una parrilla barata, en un precioso restaurante italiano, en un sitio especializado en sushi. No tiene que ver con el lugar, sino con una norma tácita: los hombres son los de la plata. Como dice la escritora feminista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, “los meseros son producto de una sociedad que les ha enseñado que los hombres son más importantes que las mujeres”.

Yo, mujer, pido la cuenta. El mesero asiente, pero no me mira. Dirige la mirada a mi esposo y pregunta: “¿Consumidor final o datos?”. Yo respondo: “Datos, por favor”. Pero el hombre sigue mirando a mi marido, al lado mío y yo sigo siendo transparente, aunque pueda escuchar mi voz. El camarero se retira y llega con la cuenta. Yo estiro las manos, pero él se la entrega a mi marido.

Se la arrancho o la agarro de la mesa, haciendo una mueca y un suspiro de fastidio. Cojo la pluma y lleno el papel con mis datos. Después de todo, voy a pagar yo.

Hago teatro: saco con exageración mi billetera, mi tarjeta y mi cédula. Guardo los documentos y le entrego todo en la mano listo al mesero, que sigue sin hacer contacto visual conmigo.

Abre el porta cuentas y no entiende algún número: “¿Después del siete es el ocho?”, pregunta a mi esposo. “Sí, ocho”, respondo. Se va, alejándose de mi invisible existencia.

La factura llega con el voucher y todo, nuevamente, es llevado a las manos de mi esposo. Con furia, vuelvo a tomar los papeles y firmo, pero sigo sin existir.

Al igual que Adichie, sé que los meseros no lo hacen con mala intención. “Pero una cosa es saberlo intelectualmente y otra cosa, sentirlo”, explica la autora en su charla Ted Todos deberíamos ser feministas. Como ella, cada vez que me ignoran, me siento invisible. Me siento molesta.

Adichie dice que quiere que los meseros sepan que nosotras, como mujeres, somos igual de humanas que los hombres y por lo tanto, igual de merecedoras de ser reconocidas.

Yo quiero dejar de sentir que en lugar de entrar a restaurantes, entro a máquinas del tiempo que me trasladan a una época en la que las mujeres no somos tratadas como iguales de nuestras parejas frente a la sociedad. Quiero digerir mi comida tranquila sin tener que pasar con un bajativo la dosis de micromachismo que me sirven después del plato principal.