La inseguridad creciente

Ante las manifestaciones de inseguridad que hace ya algunos años comenzaron a sentirse en el Ecuador, no faltaron autoridades que, pretendiendo disminuirlas, las calificaron como una percepción más que como un hecho.

Cuando el asesinato de un fiscal y los frecuentes asaltos a sitios de uso público (sumados, solo en Guayaquil, a las más de diez mil denuncias por robo en lo que va del primer semestre del presente año), evidencian con irrefutable certeza la intolerable situación de inseguridad que sufren el país y todas y cada una de sus ciudades, es deber de los medios de comunicación colectiva clamar por una pronta y efectiva acción gubernamental, que no puede seguirse dilatando mientras se repiten gastadas y repetitivas excusas por parte de los funcionarios responsables.

Un esfuerzo conjunto por combatir el flagelo es imprescindible y es positivo intentar recuperar acciones en esa dirección; sin embargo, no resulta precisamente estimulante para la ciudadanía, que reclama el que algunos responsables de la seguridad ciudadana reduzcan el tema a la colocación de más cámaras de vigilancia. Por hoy, en Guayaquil, sus autoridades nacionales y locales continúan en mora con la ciudad y su entorno que, sin seguridad no puede intentar reactivar su maltrecha economía.