Imagen. Julio Jaramillo de traje y corbata de lazo, a la usanza de la época.

Inicios musicales

A principios de 1944, cuando solamente tenía nueve años, Julio Jaramillo acostumbraba vagar por las calles aledañas a su domicilio y los carabineros del cuartel vecino (donde ahora es la sede de la Comisión de Tránsito) lo quisieron llevar preso por co

A principios de 1944, cuando solamente tenía nueve años, Julio Jaramillo acostumbraba vagar por las calles aledañas a su domicilio y los carabineros del cuartel vecino (donde ahora es la sede de la Comisión de Tránsito) lo quisieron llevar preso por contravenir el toque de queda decretado para las nueve de la noche, por la proximidad de las elecciones. Tuvo su madre que salir a defenderlo, haciéndole entrar a la casa a empellones, donde comprobó que del susto se había orinado los pantalones.

El 29 de mayo, mientras su madre asistía a los heridos del día anterior en la Cruz Roja, Pepe y Julio visitaron las ruinas calcinadas del cuartel de los Carabineros y pudieron observar los numerosos cadáveres que permanecían tendidos en las calles adyacentes y en el patio interior. La impresión les duraría mucho tiempo.

En el 47 decidió no continuar sus estudios y prefirió trabajar de ayudante de albañil en una construcción. Después lo haría en la zapatería de calzado fino para mujeres del maestro Arteaga, cuyo taller estaba justo frente a su casa. Allí demostró buenas aptitudes para ese oficio, pero se peleó con un compañero y pasó a la zapatería del maestro Manuel Zúñiga, en Ayacucho y Chimborazo, donde lo pusieron a arreglar las mediasuelas y cuando pronto se cansó pasó a ser charolador de muebles en el taller del maestro Luis Espinosa, también cerca de su casa.

Nunca fue deportista porque prefería las mujeres al fútbol y los fines de semana, en lugar de ir a jugar a la pelota de trapo, sus amigos le veían vacilando chiquillas, haciéndoles guardia en sus domicilios, piropeándolas al pasar.

Ese año su hermano ganó un concurso radial cuyo premio era cantar en un centro nocturno, iniciando su carrera musical.

El retrato no estaría completo sin ‘La Mamita’, apodo con que se conocía a Rosario Castro Arteaga, dueña de un centro nocturno de cantantes y pasilleros populares, calificado por Fernando Artieda como una cantina de arroz quebrado y muro de lamentaciones. Allí concurría JJ cuando su madre lo echaba de la casa por su mal comportamiento. Llegaba a las cinco o seis de la tarde, fumaba un cigarrillo y comenzaba a cantar. La dueña del lugar le ayudaba con cinco o diez sucres y de allí salía a dar serenatas. Lo malo es que aprendió a beber.

En 1950, para ganarse la vida integraba el dúo Guayaquil con un guitarrista de apellido Díaz, mientras concurría a los programas musicales de Radio América para hacerse conocer. Los músicos de La Lagartera, en las veredas de la calle Santa Elena entre Aguirre y Ballén, de tanto ver a Julio entre ellos, terminaron por aceptarlo como uno más del gremio. Estaba gordito, vestía overol azul y se hacía querer de todos por su natural simpatía.

Con Pepe empezó a tomar clases de música en casa del compositor Carlos Rubira Infante y ensayó la canción ‘Jilguerito tráeme besos’. Ya era conocido en las radios por su hermosa y cálida voz de gorrión doméstico que narraba historias de amor y de desamor y hasta se hizo noctámbulo porque recién comenzaba a vivir a partir de las doce de la noche.

Años más tarde su maestro Rubira Infante diría: “Julio y Olimpo (Cárdenas) tenían mi mismo dejo, entonaciones similares, que yo les enseñé cuando fueron mis alumnos, pero más de una vez tuve que regañar a JJ por su impuntualidad. En varias ocasiones le cité a las diez de la mañana y llegaba a la una de la tarde. Me cansé y le dije que se vaya donde Wacho Murillo, para ver si le aguantaba eso. Pero no rompió nuestra relación y tiempo después le enseñé a cantar ‘Chica linda’ y su carrera se encumbró”.

Palizas, amenazas, ruegos y lágrimas de su madre no le conmovían, pues ella no le quería ‘nocheriego’ ni que anduviera en malas compañías. En cierta ocasión trabajó como cantante en el cabaré Puerto Rico, antro de perdición barato que quedaba en Boyacá y Piedrahíta, zona peligrosísima por la cantidad de maleantes que la circundaban. Allí mantuvo amores con una prostituta y por defenderla se trompeó con el dueño de otro lenocinio que funcionaba en los bajos, de manera que tuvo que alejarse del sitio y volver a La Lagartera, de donde había salido.